La clave

Gincana en la Rambla

BERNAT GASULLA

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Qué quieren que les diga. Recuperar la Rambla (porque, reconozcámoslo, está más que perdida para el común de los barceloneses) va a depender de bastantes más cosas que de ampliar las aceras en aquellos tramos en que son propias de funambulistas y de reducir o suprimir el tráfico de automóviles.

El informe que nos desgrana desde ayer Patricia Castán ha servido para poner la rúbrica científica a lo que los ciudadanos han constatado desde hace ya muchos años. En la Rambla no hay quien viva ni pasee. La emblemática arteria que glosó tan bien aquella canción titulada Qué bonita es Barcelona es muy poco friendly,  sobre todo para la población autóctona. Solo los turistas conjugan el verbo ramblear. Los que no lo somos apenas usamos la vía para una sola cosa: para cruzarla rápido. Y siempre que no exista un plan b.

La Rambla ya no es un paseo. Es una gincana. Es una especie de trinchera atestada de tropas del turismo de masas. Un canal que solo cruzas cuando no tienes más remedio. Arenas movedizas en las que si el peatón desprevenido cae, tendrá muchos problemas para salir.

Makinavaja

Ni la delincuencia es lo que era en la Rambla. Ahuyentados los trileros, el paseo ha perdido ese sabor propio de Makinavaja. El chorizo también se ha vuelto transnacional y se mueve como pez en el agua en las mareas de guiris. Lo mejor es agarrar bien el bolso, el móvil y la cámara de fotos y encomendarse  a todos los santos.

No quisiera caer en la nostalgia facilona, ni llorar por las estatuas de la Rambla ni las casetas de animalitos. El turismo ha ejercido de salvavidas de la ciudad en el torrente devastador de la crisis. Aunque la afluencia de turistas ha pervertido la esencia de numerosos establecimientos, que se han convertido en sucursales de locales de aeropuerto, sin personalidad ninguna, urge una intervención radical, valiente y transparente.

Descongestionar la Rambla y fomentar la peatonalización puede ser una opción, pero no la única. El Ayuntamiento debería insistir más en el control de los usos y radicalizar la apuesta por lo que nos sacará del atolladero. La cultura.