Editorial
Gibraltar no puede estar dentro y fuera
España debe atraerse a los habitantes del Peñón con iniciativas que atenúen recelos y favorezcan la cooperación
El brexit ha resucitado el viejo y anacrónico conflicto de Gibraltar. Desde hace unos días se escuchan barbaridades en Londres y en el Peñón, cuyo ministro principal, Fabián Picardo, con un lenguaje impropio de un político, acusó ayer a España de querer comportarse «como un matón» y comparó al presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, con un «marido cornudo» que quiere llevarse a los niños tras separarse de su mujer. En Londres, la primera ministra, Theresa May, ha tranquilizado a Picardo asegurando que el Reino Unido sigue comprometido en la defensa del Peñón, un respaldo que, según el ministro de Exteriores, Boris Johnson, «es implacable como una roca». Pero otros políticos, es verdad que en excedencia, han sido más beligerantes, como el exministro conservador Michael Howard, quien ha sugerido que May sería capaz de ir a la guerra para defender a los gibraltareños, o su colega tory Norman Tebbit, que ha amenazado con apoyar al independentismo catalán en represalia por la actitud española hacia Gibraltar.
Como dijo ayer el ministro de Exteriores español, Alfonso Dastis, «alguien está perdiendo los nervios en el Reino Unido y no hay ninguna razón para ello». Toda esta tormenta, muy poco diplomática, pretende presionar a la UE para que el día 29 no se ratifique el párrafo de las directrices de la negociación sobre el brexit donde se concede a España derecho de veto para la aplicación a Gibraltar de la nueva relación entre la UE y Londres. Pero la ventaja que obtiene España es lógica desde el momento en que el Reino Unido pasará a ser país tercero. Los dirigentes gibraltareños alegan que no deben pagar el brexit porque el territorio votó seguir en la UE, pero no pueden pretender seguir siendo colonia británica y permanecer en la Unión. Si el Reino Unido sale, Gibraltar sale con él.
Esa ventaja que la UE otorga a España es lo que molesta en el Reino Unido y en el Peñón. El Gobierno español, sin embargo, no debe confiar solo en el nuevo estatus para esperar un cambio de actitud de los gibraltareños. España debe atraerse a los habitantes del Peñón, que viven de ser británicos y de no ser españoles, con iniciativas, escasas hasta ahora, que atenúen recelos y favorezcan la cooperación para abordar a largo plazo la cuestión de la soberanía y de la integridad territorial.
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