La clave

Gestionar la frustración

Las primeras decisiones de Tsipras desconciertan a quienes, al menos en España, jalearon la victoria de Syriza como si anticipase la suya propia

ENRIC HERNÀNDEZ

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La crisis nos ha enseñado que no es tan poderosa la política como la pintan. Ni la omnímoda Merkel logra enderezar el rumbo de la eurozona ni Zapatero pudo sostener sus principios keynesianos, y a Rajoy el programa electoral le duró menos que una chuche a la puerta de un colegio. E igual en Catalunya: la Generalitat perdió su escaso autogobierno en el 2012, al pedir el rescate al Estado, y tras someterse a ese lacerante yugo Mas emprendió la huida hacia el independentismo sin que, proclamas al margen, los catalanes hayan percibido mejora alguna. Desnudos ante el poder real que detentan los mercados, los gobernantes se esmeran en la tarea de gestionar la frustración popular frente a los recién llegados que prometen paraísos terrenales, alimentando frustraciones venideras.

En 24 horas, Alexis Tsipras, abanderado de la revuelta contra el diktat , ha pasado de capitalizar en las urnas la frustración de los griegos a tener que administrarla como primer ministro. Sus dos primeras decisiones han desconcertado a quienes, al menos en España, jalearon la victoria de Syriza como si anticipase la suya propia. El pacto con la derecha nacionalista y eurófoba supone un primer baño de realismo, y la ausencia de mujeres en los ministerios, un chasco para quienes esperaban que la nueva izquierda reivindicara una igualdad que la vieja política ha descuidado.

Inocencia perdida

Una inteligente combinación de insubordinación y pragmatismo le ha valido a Tsipras para ganar en las urnas, pero de ilusiones no cobran los funcionarios ni se alimentan los pensionistas. A la izquierda surgida de las cenizas del bipartidismo heleno le toca ahora demostrar si es capaz de cambiar el guion de la tragedia griega o si, perdida la inocencia, se resigna a aceptar el auxilio de la , pagando el correspondiente peaje.

Y otro tanto parece sucederle a Podemos, que sin gobernar siquiera ya acusa algunas dolencias propias de los partidos de siempre. La opacidad de Juan Carlos Monedero sobre sus millonarios cobros y el acrítico respaldo de Pablo Iglesias evocan los peores tics de esa «casta política» a la que dicen combatir.