La gestión de la transición

El objetivo de toda transformación verdadera no es cambiar, sino un escenario mejor y posible

RAMON FOLCH

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Modificar el rumbo es una cosa, y girar en redondo, otra bien distinta. Los volantazos demasiado enérgicos vuelcan los vehículos. No causa el accidente la velocidad, ni tampoco el nuevo rumbo, sino el giro repentino y la insoportable fuerza centrífuga que de él se deriva. El mejor de los objetivos se frustra si no se gestiona adecuadamente la transición.

La ingeniería de proceso es la clave. Muchas revoluciones han fracasado por no recurrir a ella adecuadamente. Conviene recordarlo cuando soplan vientos de cambio. De cambio, no de retoque. También conviene recordar que el objetivo no es nunca el cambio de rumbo sino el puerto de arribo. De ahí que el marco de referencia final tenga que ser claro y suficientemente compartido. Y que considere la complejidad de la realidad, que es siempre más elevada que la cómoda sencillez de los conceptos abstractos.

 Sin conocimiento no hay criterio. El enfermo tiene derecho a decidir sobre su salud, desde luego, pero el diagnóstico y el tratamiento no son suyos ni de los vecinos de la escalera, sino del experto en medicina. El acierto no es función del número de opinantes. Con muchas opiniones sin criterio no se construye una verdad. Las decisiones legítimas de la mayoría solo serán oportunas si se basan en conocimientos válidos. En un buen criterio, en suma.

Tanto o más difícil que proyectar el escenario futuro es alcanzarlo con las herramientas del presente, las únicas realmente disponibles. Ello diferencia las revoluciones transformadoras de las meras revueltas emocionales. Si la subversión se limita a sumar opiniones triviales, la revolución resulta imposible. Acaba siendo reaccionaria, porque retroalimenta el orden al que no sabe sustituir. Criterio, proyecto y gestión de la transición: efusiones aparte, es lo que realmente nos conviene, me parece.