La clave
Gestión y digestión del 'no' escocés
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
Para todos, lo fácil es decir que lo de Escocia ha sido un hervor, y limitarse a tomar nota de la victoria del «no» antes de pasar página. Para unos, lo fácil es mirar el resultado y olvidarse del método. Del otro lado, lo fácil es poner en valor que los escoceses han votado sin preguntarse cómo lo han hecho. Las líneas pueden seguir paralelas hasta el infinito. Si todos, unos y otros, dedicarán unos segundos a pensar, hay lecciones cruzadas que aprender para cambiar de rumbos sin renunciar a los destinos.
Sería interesante mirar el asunto en clave de futuro en lugar de hacerlo con el retrovisor. Británicos y escoceses no tenían litigio histórico que arreglar. Se reconocen y se respetan. Han dado respuesta, de acuerdo con su legalidad, a los deseos de empoderamiento de los ciudadanos del siglo XXI, instruidos y conectados. Pensar que los intensos cambios de nuestras coordenadas de espacio y tiempo no van a afectar a la política es vivir en babia. Los Estados nacionales unitarios son hijos de la imprenta. Allí donde no cuajaron o donde no lograron la uniformidad se diluyen si no se dejan regenerar por el vigor de la democracia. De igual modo, la soberanía, hoy, es gestionar la interdependencia.
Mirando a ese futuro, el primer mantra a erradicar es la perogrullada de afirmar que «votar provoca división». Como explicó ayer Cameron, votar es arriesgar la propia posición, y ganar la hace más fuerte y, sobre todo, más robusta. Lo que divide es el inmovilismo que obliga a discutir en lugar de debatir. El segundo reto es superar la dinámica del «ahora o nunca», reverso de los que pensar que si lo impiden ahora, no volverá nunca. Un dato, en Escocia el tiempo ha jugado a favor del la independencia que ha ganado diez puntos en dos años.
El espejo
Rajoy haría bien en leerse los compromisos del «no» escocés, repletos de propuestas de las que la España inmovilista tachó de imposibles en el Estatut. Mas, y sobre todo Junqueras, harían bien en recordar que lo más importante de tener la razón es saber conservarla. El espejo escocés no se ha roto, sigue ahí mostrando las vergüenzas de los unos y los otros.
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