«La mejor gente la encontré en Uzbekistán y en Irán»

Un día, hace tres años, Óscar Sánchez lo dejó todo para recorrer África y Asia en bicicleta; ahora cuenta su viaje en un libro

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MAURICIO BERNAL

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Un día, su novia le dijo que quería ser madre y él pensó: «Dios mío, y ahora yo qué hago». Acabó haciendo algo extraño: pidió una excedencia en el trabajo, compró una bicicleta barata y se fue a pedalear por África primero y Asia después. Era el verano del 2013. «Tenía mi novia, tenía mi trabajo, tenía hasta mi grupo de rock y decidí dejarlo todo y embarcarme en la locura esta. Supongo que fue mi crisis de los 40». Al regresar, al cabo de un año, volvió a su trabajo -monitor de chicos con discapacidad-, volvió a su novia y se volvió padre. Algo que le decía que en alguna parte debía quedar consignado lo vivido en aquel viaje lo llevó a escribir un libro y a autoeditarse. 'La canción del nómada', lo tituló.

-¿Grupo de rock?

-Sí, Ron Vudú. Habíamos editado dos discos y habíamos hecho giras por España… Giras humildes, giras de bar. Un grupo de segunda división. O igual de tercera. La música y los viajes han sido siempre mis pasiones.

-Hablando del viaje, ¿realmente el detonante fue ese? ¿«Óscar, quiero ser madre»?

-Sí, bueno, sí, yo creo que ese fue el detonante, aunque es cierto que nunca es una sola cosa. También tuvo que ver… A ver, mi padre falleció. El típico hombre que decía: «Cuando me jubile haré esto, lo otro…» No es fácil dar ese paso, pero una vez estás en la carretera, ya está, es más fácil de lo que pensabas.

-En bicicleta. Hay que estar muy en forma.

-Tampoco se crea, yo no soy lo que se dice un deportista. Pero sí me gusta el deporte, y la bicicleta lo que te da es el ritmo perfecto para mimetizarte, para poder estar en contacto con la gente. No era un reto deportivo. Yo siempre cuando lo cuento digo que me sentía mucho más Indiana Jones que Induráin.

-Conoció muchos países. Unos 25, ¿no? Cuénteme: si no estuviera aquí, hablando conmigo, ¿dónde le gustaría estar?

-Zanzíbar. Ahí estaría, sin duda. En cualquier calle de la capital, aquello es precioso, una maravilla. La cuna de la cultura swahili, el lugar donde se mezclaron lo tradicional africano y lo indio. La isla de las especias.

-¿Y la gente? Muchos viajeros tienen un buen o mal recuerdo de los países que visitaron según la gente.

-Ah, yo la mejor gente la encontré en Uzbekistán y en Irán. Increíble: la calidez, la hospitalidad. Los iranís, yo creo que en parte por el hecho de estar aislados, bloqueados, ven a un extranjero y ven una puerta, y te acribillan a preguntas. Allá, el 80% de las veces dormí en casas de personas. «¿Dónde vas a dormir esta noche?» «No sé, en un albergue, en mi tienda…» «No, de eso nada, vente para mi casa». Todo el tiempo así.

-Habrá vivido momentos extraños.

-Muchos, claro. En África, una tribu que para darme la bienvenida me ofrecieron leche de cabra con sangre de vaca. Yo hice como que me la tomaba para no parecer descortés, pero luego me di cuenta de que se estaban riendo de mí, que no era en serio.

-¿Algún momento de peligro?

-Hubo un momento en que temí por mi vida, sí. En la Pamir Highway, una carretera mítica. Entre Tayikistán y Kirguizistán. Hacía un frío brutal. Yo estaba lejos de todo y estaba todo desolado y de repente empieza a caer una nevada bestial. Estaba como a 18 grados bajo cero y pensé en parar y montar la tienda al pie de la carretera a ver qué pasaba. En ese momento apareció un coche con unos chavales que iban medio borrachos y que no se podían creer que yo estuviera ahí. «¿Pero qué haces, tú estás loco?» Me llevaron a una granja y ahí dormí esa noche, y yo creo que me salvaron la vida.

-Un viaje de un año, dos continentes… ¿Qué se aprende?

-Pues… Pues se aprende que la carretera es la mejor escuela que hay. Y se aprende que en este mundo hay más gente buena que mala. Y se aprende a aparcar los prejuicios. Y eso que yo tenía muy pocos.