La rueda

Generación nostalgia

Nuestra personalidad se forjó entre anuncios televisivos y las modas más absurdas

JORDI PUNTÍ

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Me paré en una gasolinera a llenar el depósito del coche. A la hora de pagar, junto al mostrador, me fijé en un envoltorio que me resultaba familiar. 'Phoskitos 1972', decía, y añadía: «Edición Vintage». Cuando era pequeño había merendado esos pastelillos alguna vez. Junto a Bonys y Tigretones eran toda una fiesta de gurmet para el niño que solía comer pan y chocolate. Lo compré y ciertamente el primer mordisco fue todo un viaje hacia el pasado. Hacía 35 años que no había comido un 'phoskito' y probablemente tardaré otros 35 años en volver a hacerlo, pero me encantó.

Luego, mientras conducía con ese sabor a Transición en el paladar, me di cuenta de que se trataba de una operación comercial con toda su lógica. Hace tiempo que lo 'vintage' llegó a la ropa, los coches, los zapatos e incluso a la televisión --ahí tienen el éxito de la serie 'Mad Men'--. Era solo cuestión de tiempo de que algún espabilado lo trasladara también a la comida, y si la operación Phoskitos funciona, no me sorprendería que en poco tiempo volvieran la Mirinda, el coñac Fundador o el flan chino El Mandarín.

En realidad, mi generación es la primera que se pirra por la nostalgia comercial, por eso nos atraen estos retornos al pasado en forma de chocolate industrial. Atrapados entre unos padres que compraban en el colmado de la esquina y unos hijos que se pierden en los pasillos de los hipermercados, los niños del Desarrollismo fuimos experimentos del consumo salvaje y nuestra personalidad se forjó entre anuncios televisivos y modas absurdas. De ahí el éxito de libros como 'Yo fui a EGB' o las reposiciones de 'Verano azul'. De ahí también que seamos tan pesados con la nostalgia, en esas sobremesas latosas donde siempre salen Heidi, ET, los 'peta-zetas' o la gabardina de Colombo. Que los más jóvenes no nos lo tengan en cuenta: al fin y al cabo, como casi todo, la culpa es del franquismo.