El auge de nuevos movimientos políticos

Generación fatigada, futuro incierto

Las ideas simplistas que promueven los populismos no servirán para sostener sociedades tan complejas como las de Occidente

Marine Le Pen, en un acto del Frente Nacional en Béziers, en mayo del 2014.

Marine Le Pen, en un acto del Frente Nacional en Béziers, en mayo del 2014. / AFP / SYLVAIN THOMAS

EUGENIO GARCÍA GASCÓN

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Se diría que una parte considerable de las nuevas generaciones está cansada del mundo que le rodea, hablo de generaciones que se han criado en una paz estable, no han conocido la guerra ni siquiera por la boca de sus abuelos y se fatigan con la rutina de un sistema democrático aburrido que consideran injusto porque no resuelve sus problemas, acuciantes o no, con la rapidez deseada. Estas generaciones traen nuevas ideas, a veces viejas ideas más o menos renovadas, y creen que los conflictos de las sociedades avanzadas, que no son los mismos que los de generaciones anteriores, deben zanjarse inmediatamente.

Paralelamente, da la impresión de que las nuevas generaciones no soportan la extraordinaria complejidad que han adquirido las sociedades occidentales, y se están volcando en lo que sociólogos y analistas llaman "populismos". Lo estamos apreciando en distintos lugares del hemisferio, con el 'brexit', Trump, Escocia, Francia, Alemania u Holanda. La principal característica de estos movimientos, que bien podríamos llamar reaccionarios, es que la gente se rebela contra los valores complejos del sistema y exige valores sencillos, o simplistas. Para complicar las cosas, el cansancio de los jóvenes se ha contagiado a sectores de otras generaciones.

Cansancio del sistema

Hace algún tiempo, de visita en el remoto pueblo de mi padre, en la sierra de Albacete, estaba tomando una cerveza mientras el dueño del bar, casi de mi misma edad, me explicaba las peripecias de su vida, todas muy divertidas. Siempre había votado al PP menos en las últimas elecciones, cuando depositó en la urna la papeleta de Podemos. Se quejaba con insistencia de que impuestos abusivos roían sus magras ganancias, pero en el fondo, al menos tal como yo lo veía desde el otro lado de la barra, sufría un cansancio del sistema, pues despotricaba en un sentido y en el otro. Lo más interesante es que, probablemente, ni él ni sus padres nunca habían vivido más holgadamente que ahora.

El PP representa el sistema mientras que Podemos encarna la ruptura con un sistema que está dejando de satisfacer a muchos occidentales. Lo hemos visto en Estados Unidos, donde hace ocho años la gente votó masivamente a Obama porque les prometió un cambio radical que luego no cumplió. En las últimas elecciones la gente votó a Trump porque también les prometió un cambio radical. Y no deja de ser significativo que en las primarias del Partido Demócrata Bernie Sanders obtuviera el 43,1% del voto popular, lo que no es una cifra despreciable, y aún menos si se tiene en cuenta que, a diferencia de Hillary Clinton, Sanders exigía otro cambio radical.

Holanda y Francia

No es solo en Estados Unidos donde existe ese malestar con el sistema. Lo estamos viendo en Holanda, donde en las recientes elecciones el partido islamófobo no venció pero ganó cinco escaños con respecto a los últimos comicios. En Francia, Marine Le Pen agitó las aguas con más fuerza hasta disputar la presidencia a Macron, y algo parecido está ocurriendo en otros lugares de Europa. Ha de tenerse en cuenta que aunque el islamófobo Partido por la Libertad holandés no ganó, sus enseñanzas están traspasando las fronteras de esta formación y algunas de sus ideas están siendo acogidas por otras formaciones, tal y como admitió orgulloso su líder, Geert Wilders, durante la campaña.

Exactamente lo mismo reconoce Marine Le Pen desde hace tiempo: los principios populistas que a muchos les parecen radicales o sectarios los están incorporando sin ninguna vergüenza formaciones políticas de doctrinas teóricamente alejadas del populismo.

Asistimos a experimentos políticos que ponen en tela de juicio experiencias acumuladas durante décadas

Se me antoja, sin embargo, que las ideas simplistas que promueven los populismos no servirán para sostener sociedades tan complejas como las que se han desarrollado en Occidente, y que incluso puede decirse que esas ideas sencillas son peligrosas, si no a corto plazo, sí a medio y largo plazo, para una sociedad compleja. Una sociedad compleja ofrece a los ciudadanos muchas más ventajas que una sociedad que se guía por valores primarios que salen del estómago y no de la cabeza, aunque luego la cabeza se empeñe en racionalizarlos’.

En cualquier caso, asistimos a interesantes experimentos políticos impulsados por las nuevas generaciones, experimentos que ponen en tela de juicio la experiencia acumulada durante décadas y la complejidad social que se había atesorado desde al menos la segunda guerra mundial, o quizá desde antes. Muy probablemente, ante las nuevas ideas simplistas nos aguardan sorpresas que no siempre serán gratas.