Análisis
Ganar la partida imposible
Mas se siente fuerte y por eso no vaciló en echar en cara a Junqueras haberle dejado tirado parlamentariamente
Marçal Sintes
Periodista. Profesor de Blanquerna-Comunicació (URL).
MARÇAL SINTES
Lo del 9-N fue una inmensa fiesta popular en la que participaron más de 2,3 millones de catalanes. Más de 2,3 millones de catalanes, con su DNI y su firma, expresaron su apoyo al derecho a decidir y, una oceánica mayoría de ellos, también a la independencia. Se trata de muchísima gente, en especial dadas las difíciles condiciones en que hubo que celebrarse el 9-N y las mil trabas que tuvo que enfrentar. La mejor manera de intentar calibrar cómo la votación incide en la correlación de fuerzas existentes -esencial si se aspira a otear el futuro- consiste en observar la forma en que han reaccionado los principales protagonistas.
Empecemos por el Gobierno de Rajoy y el PP. Los populares están sumidos en el enfado y la contradicción. Por una parte, descalifican la movilización del domingo echando mano de una largo repertorio de improperios. Fraude, pucherazo, ridículo… Y no solo eso, sino que insisten en que la votación simbólica fue un fracaso y algo estéril. Lo dicen con enojo irreprimible, con rabia hirviente. ¿Si es estéril y un fracaso, si no sirve para nada, por qué se hallan tan fuera de sus casillas? Más aún: ¿por qué las zonas duras -política y mediáticamente hablando- de la derecha española están censurando agriamente a Rajoy por, según ellos, haber permitido el 9-N?
Y ante las reacciones de la derecha intestinal, ¿qué hace el Gobierno del PP?, pues intentar apaciguarlas achuchando sin pudor democrático a la fiscalía contra Mas, amén de revolverse utilizando un tono áspero y beligerante.
Observemos ahora a Mas. Ayer, tras la reunión de su gobierno, se encargó él personalmente de la tradicional rueda de prensa de los martes. Se le vio crecido. Pese a su proverbial autocontrol, se le notaba satisfecho. Eufórico incluso. Se le notaba asimismo perfectamente consciente de haber ganado una partida envenenada, imposible. Si no, piensen ustedes en cuál era su situación hace un mes, cuando estaba dramáticamente atrapado entre la espada de Rajoy y la pared de Junqueras.
Mas se siente fuerte. Por eso, por ejemplo, no vaciló en echarle en cara a Junqueras haberle dejado parlamentariamente tirado tras sus desacuerdos sobre cómo proceder («por querer cumplir nuestro compromiso, la palabra dada», afeó al líder republicano). Además, anunció que reuniría a todos los partidos pro derecho a decidir -y quiso subrayar que eso incluye al PSC- para escucharlos antes de cualquier decisión, con lo que explícitamente concede a ERC -que reclama elecciones ya e independencia inmediatamente después- idéntico rango que a cualquiera de las demás fuerzas políticas soberanistas.
Mas tiene a grandes rasgos dos opciones ante sí. Por una parte, anticipar para principios del 2015 los comicios catalanes (con una candidatura conjunta de la mano de ERC o, de seguir empeñado Junqueras en rechazarla, sin ella). Por otra, esperar al 2016 y poder contemplar primero cómo Rajoy se las apaña en sus elecciones. Pase lo que pase, lo que está claro es que ahora cualquier camino se le antoja a Mas mucho más fácil de transitar.
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