La clave
Gabo y el periodismo mágico
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
ALBERT SÁEZ
Murió Gabo. A los 87 años. En un día sin quioscos. En vísperas del Día del Libro. Gabriel García Márquez vivirá eternamente en la frontera entre la literatura y el periodismo. Vivirá eternamente en la memoria de millones de lectores de varias generaciones. Su obra resume elementos sustanciales del siglo XX. Los críticos literarios le consideran el patriarca del realismo mágico. La literatura, como la pintura, tuvo que reaccionar tras la irrupción de la fotografía, el cine y la televisión. Así nacieron el surrealismo y el realismo mágico. Para reivindicar la mirada por encima de la imagen. Para reivindicar la interpretación por encima de la descripción. Para reivindicar el humanismo por encima de la tecnología. Y así Gabo creó Macondo, con retales de sus experiencias para despertar las de sus lectores. Millones de personas podrían recitar hoy, como si fuera el padrenuestro, el primer párrafo de Cien años de soledad: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo». Y cada lector guardará en esas palabras sus propios recuerdos, inspirados en una historia que jamás ocurrió. O tal vez sí. Eso, poco más o menos, debe ser el realismo mágico.
Lo sublime
García Márquez dejó escritas dos obras canónicas de lo que debe ser el periodismo: Relato de un náufrago y Noticia de un secuestro. Allí están condensados los mejores reportajes que se habían escrito hasta entonces y ahí está la referencia de todo el periodismo sublime que se ha escrito después. Y no principalmente por el estilo sino por la mirada, por la investigación previa, por la estructura, por el rigor, por la claridad, por la interpretación.
Para periodistas, pero sobre todo para lectores, el pensamiento de Gabo constituye la referencia de lo esencial de este oficio hoy también atenazado -como antaño la literatura y la pintura- por la tecnología. Un reto que no permite nostalgias sino audacia, mucha audacia. Porque Gabo murió aún en un día sin quioscos pero ya no en un día sin diarios. Es mágico.
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