El referendo del 18-S

El futuro de Escocia

Aunque gane el 'no', Londres ofrecerá a Edimburgo un estatus especial para desactivar el independentismo

El futuro de Escocia_MEDIA_1

El futuro de Escocia_MEDIA_1

XAVIER BRU DE SALA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Tanto si gana como si pierde el  a la independencia, en Escocia pasarán tres cosas, si bien en grado diferente. En primer lugar, cambiará su relación con Inglaterra. En segundo, tendrá más capacidad para decidir sobre sus asuntos. Y en tercero, habrá adquirido un reconocimiento internacional que no tenía, ya sea en las instituciones en caso de que gane el , o bien mediático y social en caso de que pierda.

El premier David Cameron, una vez acordado el referendo, dibujó un horizonte nada agradable para los propios escoceses. La alternativa a los males de la independencia, algunos de ellos causados por la anunciada falta de colaboración de Londres, era que Escocia se quedara como estaba. De entrada, Cameron se negó a negociar u ofrecer una tercera vía. Pero ante los progresos del , que lo tiene muy difícil pero podría llegar a ganar, ya se habla del cambio de estatus en caso de que los escoceses decidan no abandonar el Reino Unido.

Del mensaje que identifica independencia con infierno y se abstiene de buscar soluciones a la disconformidad, Londres vira hacia la perspectiva reformista: si no me dejas, cambiaré. Ello se traduciría en una solución entre federal y confederal que en este mundo de interdependencias podría ser satisfactoria para la mayoría de escoceses. Tanto si el  gana como si pierde por poco, el independentismo habrá conseguido un cambio histórico para Escocia.

Ni siquiera en los países más civilizados existen los caminos de rosas, pero en ellos el alambre espinoso ha caído en desuso como instrumento de coacción colectiva. Los estados modernos disponen de otros resortes para resolver los conflictos, y aún más para apaciguarlos antes de que tomen dimensiones demasiado grandes para gestionarlos mediante la negociación y el pacto. Si en Escocia ganó la propuesta de referendo de Alex Salmond es porque Londres no había ofrecido antes la vía adecuada para resolver el malestar de los escoceses. Si gana el , Inglaterra colaborará y propondrá una asociación en múltiples áreas, según la propia tradición. Si gana el no, negociará un estatus especial para Escocia, por la sencilla razón de que, si no lo hace, el independentismo escocés se convertirá en tan mayoritario como para ganar en una segunda vuelta dentro de unos años. Y al contrario, si no se va del Reino Unido y dentro de un tiempo la gran mayoría de escoceses se sienten satisfechos con el nuevo estatus, el independentismo se deshinchará del mismo modo que se arrían las velas al llegar a puerto. La historia busca unas lógicas para explicar el pasado, y a menudo no son muy diferentes, ni mucho más erróneas, de las que usamos, siempre modestamente, para predecir futuros.

Si hay algo de cierto en las afirmaciones de Ernest Renan, según el que el fundamento de la nación es la voluntad de vivir juntos expresada en un plebiscito cotidiano, debe de ser incontrovertible que dicha voluntad, en democracia, se reitera, se refuerza, se debilita o se cuestiona en las urnas. Primero en las urnas habituales, y llegado el caso, como en Quebec en 1980 y 1995 y en Escocia el próximo mes, en un referendo. Contra lo que afirman muchos politólogos (de los que no han intentado comprender la historia, está claro), los referendos sobre la creación de un nuevo Estado segregado se producen y se producirán, en los países democráticos, cada vez que la mayoría de una parte de aquel Estado lo pida votando mayoritariamente a los partidos que los propongan. Si en Quebec no se ha convocado ninguno más es porque Canadá ha cambiado lo suficiente como para que la mayoría de quebequeses se sientan más o menos satisfechos con la situación actual y descarten la aventura de la independencia. Si este grado suficiente de satisfacción perdura, podremos afirmar que el independentismo quebequés ha cumplido su misión histórica: procurar y asegurar un futuro viable para la nación, a través en este caso de un doble entramado estatal, el central y el federal, que lo procura y lo facilita.

Tal vez sea ilusorio pensar que España acabará actuando como Canadá o el Reino Unido. Incluso en este caso es inadmisible desde todos los puntos de vista, y sobre todo desde el independentismo, la propuesta de la independencia exprés de Catalunya. Por la vía rápida se descarrila en la primera curva. Hoy, la mayoría de los representantes en las Cortes Españolas votados por los catalanes niegan el derecho de autodeterminación. Ante este hecho, las manifestaciones están muy bien, sobre todo si no pierden el aire reivindicativo y festivo, pero siempre, siempre, es preciso esperar y acatar el veredicto de las urnas. Si no el 9-N, cada vez que haya elecciones.