Dos miradas

La futilidad

En cuanto a la disciplina doméstica, más que novecentista tengo una propensión a la deriva brossiana, es decir, que tiendo sin remedio al caos

JOSEP MARIA FONALLERAS

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La señora Marie Kondo sufriría mucho conmigo. O simplemente me dejaría estar como un caso imposible. En cuanto a la disciplina doméstica, más que novecentista tengo una propensión a la deriva brossiana, es decir, que tiendo sin remedio al caos. 'La magia del orden', que está triunfando en todas partes, prevé un plan para desprenderse de todo aquello que es inútil y que no proporciona alegría. Se trata de exponer todas las pertenencias, hacer un análisis cuidadoso del por qué las tenemos y quedarse solo con aquellas cosas que son necesarias para que generen un flujo que tiende a procurar felicidad.

Kondo no debe saber quién es Francesc Trabal, el escritor de Sabadell que se exilió en Chile donde murió, literalmente, de pena. En uno de los artículos que publicó en la revista 'Germanor' explica que un día no puede evitar comprar tres cosas del todo inútiles: un martillo que nunca utilizará, una copa de plata que reza 'Trofeo Chiloé' y una caja de cigarros habanos Upmann, vacía. Tiene la necesidad de decorar su nuevo hogar chileno con trastos tan sobrantes e insignificantes como los que en Barcelona eran así de superfluos. Para sentir, para imaginar que habita en un lugar familiar, cercano y cálido. Quizá la señora Kondo haría bien en leer a Trabal. No sería tan ordenada y pulcra, eso seguro. Descubriría, sin embargo, que la futilidad puede ser una condición imprescindible para la supervivencia. Vivimos porque convivimos con el exceso de lo que es inútil.

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