La reforma de la estructura del Estado
Fundamentalismos nacionales
El debate Catalunya-España registra el triunfo de los dogmáticos sobre los dispuestos a reflexionar
Albert Garrido
Periodista
ALBERT GARRIDO
Esa visita a Catalunya de Mariano Rajoy que se anuncia para el día 29 tiene mucho de visita pastoral, de rito religioso, pues el nacionalismo tiene mucho de religión, y esta la profesa el presidente del Gobierno con tanto fervor y entusiasmo como los más ilustres y denostados líderes de los nacionalismos periféricos, especialmente el catalán. Hay en el aparato de propaganda que manejan los nacionalismos una mitología a disposición de los oficiantes que les permite a estos remontarse en la historia y exaltar las virtudes de la comunidad. Esa es una regla sin excepciones que permite a los productores de las diferentes mitologías nacionales atenerse a la norma enunciada por el escritor Javier Cercas para referirse al caso catalano-español o hispano-catalán: «Los catalanes falsificamos nuestro pasado para falsificar nuestro presente, y los españoles también».
Claro, no hay religiones sin mitos, y la construcción de los mitos es lo menos parecido a un ensayo histórico. Que España es el Estado más antiguo del mundo está por demostrar no menos que la hipótesis de trabajo según la cual Catalunya vivió una edad de oro a la que se llevaron por delante los avatares de la historia de España. En ese terreno, la razón desempeña un papel secundario y la lógica también. Importan los sentimientos, la devoción por los símbolos, la habilidad de los 'agitprop' y un puñado de intangibles. Por eso, en cierta medida, la prédica nacionalista tiene un algo o un mucho de prelógico, de atávico, de eco de la noche de los tiempos. Y así sucede que el presidente del Gobierno entiende, contra toda lógica, que si la política y la ley chocan, debe someterse la política a la ley y no modificarse la ley para dar una respuesta política a un problema político: Catalunya y su encaje en España, para mayor precisión.
Un gran sevicio a la astronomía
El empecinamiento en defender las leyes -la Constitución- como textos revelados recuerda el caso del gran astrónomo Johannes Kepler, que se empeñó en dar con una relación matemática entre los cinco sólidos regulares y la distancia al Sol de los planetas conocidos en su tiempo, una conexión que habría sido dispuesta por el sumo hacedor a la que llamó misterio cósmico… y que nunca logró demostrar. Sea porque sus convicciones acientíficas pesaron más en su ánimo que la observación de los astros o por cualquier otra razón, Kepler prefirió no rectificar, aunque quizá, de haberlo hecho, hubiese prestado un gran servicio a la astronomía porque habría encaminado sus pasos por senderos más apegados a la realidad. Pero prevaleció otra cosa, la perfección de un diseño apegado a la armonía de los números, de igual o parecida manera a como en nuestros días la supuesta bondad de una Constitución surgida de aquella democracia en gestación de finales de los 70 es preferida a cualquier otra alternativa que obligue a formular preguntas incómodas, a dar una oportunidad a la duda a costa de renunciar a certidumbres que pronto cumplirán 40 años.
El teólogo Manuel Fraijó afirma: «Ardientes credos religiosos, sin instancias correctoras, desembocaron siempre en el fanatismo». A saber si, en efecto, vivimos un episodio de fanatismos patrios donde no tienen sitio las posiciones intermedias, aquellas más adecuadas para preservar la cohesión social y respetar los datos suministrados por la realidad circundante; a saber si lo que realmente sucede es que el éxito de los fundamentalismos en sus diferentes modalidades ha contaminado la política hispano-catalana o catalano-española. A saber. Pero este sainete, entremés o comedia de enredo de la fiscalía tiene bastante de gesticulación fundamentalista, de oposiciones mal digeridas que acaban por convertir a los opositores que las superan en guardianes de las esencias sin otra referencia que la literalidad de los textos que en su día tuvieron que empollar. Como si, de acuerdo con la opinión del politólogo Sami Nair, nuestros días son los del triunfo de los dogmáticos por encima de quienes están dispuestos a reflexionar.
Callejón sin salida kepleriano
Todo esto tendría una importancia relativa si no se diese la circunstancia, como ha explicado en estas mismas páginas el profesor Javier Pérez Royo, de que «la Constitución y el Estatut, tal como están, no pueden ser la referencia normativa para la gobernación de Catalunya» después de la sentencia del 2010 redactada por el Constitucional. De forma que si la ley es un obstáculo para la política, hay que cambiar la ley para que prevalezca la política; si el mito lleva hasta un callejón sin salida kepleriano, es mejor olvidarse de él, dejarlo en manos de poetas y ejercitar el realismo, donde los héroes, profetas y trovadores no tienen sitio. Tampoco los fundamentalistas en formación cerrada que a un lado y otro del problema creen que toda concesión es una derrota o, aún peor, una traición al credo que profesan.
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