Al contrataque
Fuera de la ley
Ernest Folch
Editor y periodista
ERNEST FOLCH
Al Tribunal Constitucional se le podrán reprochar muchas cosas, pero no que no tenga un refinado sentido del humor. Porque hay que reconocer que tumbar una declaración de un Parlamento en medio de estas jornadas de Homenaje al Espíritu de la Transición es la prueba definitiva de que a los magistrados les va la marcha. Con motivo de las dos muertes de Suárez, la anticipada y la de verdad, llevábamos cinco días seguidos siendo taladrados por unas sospechosas odas a la transición, la canción más vendida de las listas españolas desde hace 40 años, y cada elogio, pretendidamente elegiaco, era en realidad otra maniobra burda para intentar desacreditar la manifestación de Madrid o el proceso catalán, según si se trataba de la extrema derecha o de la derecha extrema. Los que se han hecho los ofendidos con las comparaciones de Suárez son los que en realidad más lo estaban utilizando para sus propias obsesiones, catalanas por supuesto. Esta vez el estribillo se llama «la concordia es posible», debidamente inmortalizada en esta placa de la catedral de Ávila a la antigua usanza de los reyes medievales. Y es que esta sobrevenida concordia es de repente la nueva palabra, que actualiza las trilladas diálogo y puentes.
Unanimidad norcoreana
Pues bien: acabado de esculpir el término, y justo cuando hacía su entrada triunfal en las tertulias nada cordiales, fue el momento exacto que escogió el Tribunal Constitucional para sentenciar que la declaración de soberanía que había aprobado por una aplastante mayoría un Parlamento democráticamente elegido era por supuesto inconstitucional. Ya es mala suerte que el tribunal que se pasa años deliberando sobre cuestiones nimias tenga esta cintura, esta agilidad y esta unanimidad norcoreana para invalidar cada coma que emite el Parlament. Esta vez ha sido creativo al tumbar no una ley sino una mera opinión, un simple comunicado sin valor jurídico. De lo cual se deduce que no solo no se podrá hacer la consulta sino que ni siquiera se podrá hablar de ella.
Semejante obsesión, sin embargo, tiene también su lado positivo. El resultado de este festival es que en Catalunya el pobre tribunal se empieza a parecer al loco del pueblo del que se ríe todo el mundo y al que nadie escucha. Y es que ninguna escuela pública acatará jamás ninguna de sus delirantes sentencias lingüísticas, de la misma manera que ningún partido va a dejar de decir en sede parlamentaria lo que ya expresó con la declaración de soberanía. Como suele pasar con las actitudes represivas, se ha conseguido el efecto matemáticamente contrario: en Catalunya la palabra inconstitucional es en estos momentos sinónimo de guay. Cada vez hay más gente fuera de la ley y deseosa de estarlo. Gracias a los magistrados constitucionales, transgredir vuelve a ser excitante y está de moda. Como en los viejos tiempos.
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