MIRADOR

Frustración, confrontación, desesperación

El camino no conduce a la secesión, sino a ahondar en la dolorosa fractura de la sociedad catalana

Estelada con crespón negro en la manifestación antiterrorista de Barcelona

Estelada con crespón negro en la manifestación antiterrorista de Barcelona / periodico

Joaquim Coll

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A estas alturas del 'procés' se puede afirmar que los líderes separatistas no creen en lo que prometen. Saben que la secesión no va a producirse después del 1-O. Por las mismas razones que tampoco era posible al final de los famosos 18 meses, contrariamente a lo que afirmaron en las elecciones "plebiscitarias" del 2015, promesa reiterada en la primera sesión del Parlament y confirmada por Carles Puigdemont en su investidura.

En septiembre del 2016, para evitar ya la frustración de su parroquia y el camino de las urnas, optaron por una vía de escape: reconvertir la secesión exprés en un referéndum igualmente unilateral. Pero tampoco ahora creen que vaya a llegar la independencia. Por el momento, el Govern  y los lideres de Junts pel Sí destacan más por su acrecentado radicalismo verbal y el intento de actuar con astucia para engañar al Estado que por una desobediencia tangible.

Se había anunciado que la Mesa de la Cámara catalana iba a tramitar la ley del referéndum el 16 de agosto para que el Parlament la votase a principios de septiembre. Se modificaron las vacaciones de sus señorías junto a otras fullerías del nuevo reglamento y, sin embargo, Carme Forcadell no ha querido finalmente hacerlo. No quiere acumular otro delito de desobediencia, argumenta en privado, prueba manifiesta de que no cree que la independencia esté a la vuelta de la esquina. Si lo creyera, no dudaría un instante.

El referéndum es solo una escapatoria para tratar de transferir la frustración de los electores independentistas hacia la "malvada" España, su Gobierno y la Constitución. El camino en ningún caso conduce a la secesión, sino a ahondar en la dolorosa fractura de la sociedad catalana, como se vio tristemente en la manifestación del sábado, y a una dura confrontación con las instituciones del Estado.

En lugar de admitir lo imposible de sus promesas, Puigdemont y Junqueras prefieren victimizarse y socializar un conflicto planteado en términos irresolubles. Lo que vaya a ocurrir después tampoco lo saben. Si logran hacer algo parecido a la consulta del 9-N, se mostrarán exultantes, aunque no sirva para nada. Si resulta un fiasco organizativo, la responsabilidad jamás será suya, sino de la España "autoritaria". Y así todo.

El mes de septiembre va a ser horroroso. El lamentable espectáculo político dado con los atentados yihadistas anticipa que el separatismo prepara una guerra sin cuartel. En su desesperación, todo vale. En lugar de reconocer que se han cometido fallos en la lucha antiterrorista en Catalunya, sin olvidar que solo la providencia ha evitado que la tragedia fuera aún mayor, el Govern, los partidos que lo apoyan, con sus medios y opinadores, han cultivado la autocomplacencia.

La precipitada condecoración a los Mossos solo busca ganarse su favor para enfrentarlos a los otros cuerpos de seguridad del Estado. El perímetro social del independentismo se ha reducido desde el 2015, pero siguen siendo muchos y son los más radicalizados. Para sortear la frustración de su inevitable fracaso, se han lanzado a la confrontación social y política con absoluta desesperación.