GENTE CORRIENTE

«La frontera más dura es el miedo al otro y es invisible»

Activista por los derechos humanos. Tras 10 años en Latinoamérica, Irene Santiago vuelve a casa para visibilizar que aquí también hay abusos

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GEMMA TRAMULLAS

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En la primavera del 2011, Irene Santiago aterrizó en Barcelona procedente de Colombia y se fue directa a la plaza de Catalunya. Ver aquel enjambre de personas activamente implicadas en la transformación de la sociedad era como un sueño hecho realidad. Tras una década trabajando en proyectos comunitarios en Latinoamérica, decidió que ya era hora de aplicar su experiencia en casa y hoy forma parte del equipo del Centre per la Defensa dels Drets Humans Irídia.

-Vayamos al germen de su vocación. El compromiso viene de familia. Mi padre era un ejecutivo de una empresa química y era socio de Amnistía Internacional. Le recuerdo escribiendo a los gobiernos para denunciar abusos de los derechos humanos.

-Inmediatamente después de acabar Psicología usted se marchó a Venezuela. Había estudiado las experiencias de barrios de Caracas donde, en ausencia del Estado, la gente se había construido todo el sistema comunitario: el centro de salud, la escuela, redes de madres... Aluciné ante aquel nivel de participación y organización y tres meses después de acabar la carrera cogí la mochila y me planté allí.

-En Caracas podía aunar teoría y práctica. Hice un máster de Psicología Social y en el 2002 me pilló el golpe de Estado contra Chávez. Vivía junto al palacio presidencial y lo vi todo. No podía salir de casa, había francotiradores y no sabía qué pasaba. Había conflictos de polarización social y me contrataron para mediar en el barrio de Antímano, donde la violencia entre chavistas y antichavistas escalaba vertiginosamente.

-También ha trabajado en Colombia, México y Perú. En Colombia me impactó el potencial de la red de defensores de los derechos humanos y eso me hace ser optimista sobre nuestra capacidad de construir una sociedad justa y plena para todo el mundo.

-En Bogotá fundó Voces con Sentidos. La asociación trata el tema comunitario a través de la creatividad. De ahí surge Voces Sin Fronteras, una idea para formar una coral en Barcelona con personas llegadas en procesos de asilo y refugio. Ellos compondrán sus propias letras porque ¿quién habla por los refugiados? Los medios, las oenegés... ¿Cómo van a contribuir como ciudadanos si ni siquiera tienen voz propia?

-Nos solidarizamos con los migrantes mientras estén lejos. Cuando se convierten en nuestros vecinos nos interpela de otra manera. El miedo al otro es la frontera más dura, y es invisible. Quizá a mí no me hayan vulnerado mis derechos, pero si a mi vecino sí y no hago nada estoy contribuyendo a construir una sociedad más represiva.

-¿En Barcelona también se vulneran los derechos humanos? Existe este imaginario de la Barcelona idílica, un escaparate de cara al turismo y al capital extranjero, pero como Irídia hemos encontrado índices preocupantes de violencia institucional.

-Está afirmación sorprenderá a muchos. La gente no lo sabe y si queremos cambiar algo lo primero que hay que hacer es reconocer que esto pasa. Muchas organizaciones han documentado malos tratos y torturas por parte de agentes de la fuerza pública y el índice de suicidios de internos en régimen de aislamiento en las prisiones es preocupante. Desde Irídia acompañamos a los afectados e incidimos políticamente para conseguir reformas estructurales.

-¿Con Ada Colau en el poder no podríamos relajarnos? Esta bien que haya una mujer en el gobierno municipal con esta sensibilidad, pero los derechos humanos se conquistan y la llave para tener una sociedad que garantice la calidad de vida a todo el mundo es que haya una ciudadanía activa implicada.