Francisco y el próximo sínodo

XAVIER GINESTA

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El próximo mes de octubre se celebrará el sínodo de la familia, y el Papa encarará esta cita siendo uno de los pontífices más revolucionarios hasta el momento. De hecho, en este comienzo de agosto ha sido tajante en relación a los divorciados: "No están excomulgados". Francisco no cierra las puertas a nadie y, haciendo gala nuevamente de su apertura de miras, asume que "todo el mundo puede formar parte de la comunidad".

Los pasos que Jorge María Bergoglio ha hecho para adaptar la Iglesia a la contemporaneidad no han sido pocos. Seguramente, después de un Papa como Benedicto XVI -tan admirado académicamente como temido cuando fue prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe-, la llegada de Francisco en el Vaticano ha caído como agua de Mayo para los más progresistas de la Iglesia. La verdad es que la Vieja Europa abraza la posmodernidad mirando el catolicismo más como una reminiscencia del pasado que como un camino de virtud para el futuro. Y, a las cifras de España me remito: en 2012, según el INE, el 63% de los matrimonios se celebraron por la vía civil y más del 50% de españoles aceptaba los matrimonios entre personas del mismo sexo. Mientras, según el CIS, en 2015 un 69% de españoles se declaraba católico pero también había un 60% que no asistía nunca, o casi nunca, a la misa.

En España, por tanto, el cristianismo es más un intangible cultural que un decálogo de leyes atribuidas a la divinidad que marquen el día a día de los ciudadanos. Y, Catalunya, se puede situar al frente de los territorios que abdican paulatinamente de su tradición religiosa: en 2025 el catolicismo podría dejar de ser mayoritario en el país y el Vaticano, en 2013, situó la diócesis de Barcelona entre los territorios necesitados de una nueva evangelización. Lo que Manuel Azaña dijo el 31 de octubre de 1931 -"España ha dejado de ser católica"- tal vez puede convertirse en realidad a no muy largo plazo. La decadencia del cristianismo más institucional, al menos en el Estado, se podría analizar partiendo de dos factores bastante claros: la participación de la estructura eclesiástica en el marco del poder franquista, y la incapacidad de los jerarcas de la Conferencia Episcopal (CEE) de actualizar su discurso a día de hoy.

En el Estado, por ejemplo, los mejores aliados que tiene el Papa para poder rejuvenecer los postulados de la Iglesia son los miles de voluntarios de Cáritas que trabajan diariamente entre comunidades de base, espoleados por un crisis económica que --aunque se dice acabada-- ha dejado una crisis social que todavía arrastramos. Entre 2007 y 2012, años económicamente muy complicados, los voluntarios crecieron un 25% según la CEE, hasta más de 70.000 en toda España. Otros ejemplos de compromiso social, como el del proyecto de la hermana Lucía Caram, son propuestas que, desde la base, ayudan a legitimar el mensaje de Dios. Igualmente como ha ocurrido en la política, el papa Francisco no debería olvidar que sin la complicidad de los grassroots es hoy muy difícil legitimar cualquier discurso institucional. Y, es evidente, que si el Vaticano quiere convertir el próximo Sínodo en un encuentro fructífero y que dé respuesta a las necesidades de la sociedad no puede olvidar los mensajes que le llegan desde la base: el envejecimiento de los feligreses es una obviedad en la mayoría de parroquias y sólo las comunidades más ortodoxas logran rejuvenecerse. Y, el mensaje de la Iglesia debe ser mucho más universal si quiere cumplir con su deseo de globalidad. Que el Papa encare este Sínodo de octubre sin verdades absolutas en relación a la familia es un buen inicio.