Pequeño observatorio

Caudillo por la gracia de Dios

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Hace unos días se cumplieron 40 años de la muerte de Francisco Franco. La dictadura impuesta por este general sublevado se incrustó en mi adolescencia y durante bastantes años de mi madurez. Tengo la suerte de tratar con jóvenes y a menudo me pregunto si es posible que para estos chicos y chicas Franco sea un personaje muy lejano. A menudo creo que los discursos explicativos que yo pueda construir no pasarán de una información que les quedará distante. Estrictas referencias. Juicios políticos. Tengo la impresión de que, en muchos casos, la herramienta más atractiva y eficaz para intentar una aproximación al franquismo es lo grotesco. Recordar algunas de las afirmaciones, eslóganes, detalles del vocabulario impuesto por el régimen.

¿Quién era Franco? ¿Un militar ambicioso y dictatorial? De acuerdo. Pero ahora me parece oportuno recordar que la dureza estaba hermanada con el ridículo. Porque era 'Caudillo de España por la gracia de Dios'. Invocar a Dios es una cosa, pero creer que Dios ha estado de acuerdo con una rebelión militar parece una interpretación muy abusiva, sobre todo teniendo en cuenta que las bienaventuranzas, formuladas por Jesucristo en el sermón de la montaña, dicen: «Bienaventurados los pacíficos».

Se hizo llamar Generalísimo, un invento superlativo, porque hasta entonces ningún general había entronizado tanto orgullo personal. Imaginemos que Rajoy Mas hubieran decidido calificarse de «presidentísimos».

Amansó a la revolucionaria Falange, situándola en las jefaturas provinciales y locales. Y también los requetés tradicionalistas. Y así nació el partido único, que era una suma, una mezcla de ideas políticas que quedaban inofensivamente domesticadas. Y las posibles diferencias se embutían en el revoltijo de Falange Española Tradicionalista y de las JONS.

Hace 40 años que murió Franco. Hablo de él y pienso en Bécquer: «Qué solos se quedan los muertos...». Sepa, Excelencia, que yo no lo olvido.