Dos miradas

Fragilidad

EMMA RIVEROLA

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Joaquín Sabina bajó el telón de su último concierto en Madrid antes de tiempo. Un episodio de pánico, un 'pastora soler', como él lo bautizó, le hizo retirarse antes de los bises. Parece ser que un exceso de responsabilidad, de compromiso, de extrema exigencia le quebró la seguridad. Antonio Franco recordaba la insistencia de Joan Barril en buscar en las miradas ajenas la reafirmación de sus escritos. Él, con millones de palabras publicadas, seguía sintiendo inseguridad ante el nacimiento de cada línea. Esa maldita -o bendita- incertidumbre de la soledad de la creación.

Tú y tus pensamientos, tus miedos, tus recelos, tus complejos o tus temores. Ese extraño proceso que nace en la mente y que debe someterse a las severas normas de la realidad para aflorar. ¿Cómo conseguir que una idea, una canción o una imagen que se gesta en el interior broten sin la tremenda sensación de haber perdido la mitad de la intención por el camino? ¿Es posible la satisfacción creativa? Difícil. Probablemente imposible. Más aún cuando la propia creatividad surge de una insatisfacción. De la ineludible sensación de que algo podría cambiarse o añadirse o borrarse del mundo que nos rodea. O, simplemente, la imperiosa necesidad de intentar dibujar faros con los que otear la tierra y tratar de encontrar los caminos. Quizá la creatividad sea solo eso, un juego del escondite, el mapa de un tesoro, una rayuela con la que sortear la fragilidad.