Fósil y reliquia

Es muy interesante oír cómo Pere Portabella explica los detalles del regreso de Josep Tarradellas a Barcelona, hace 40 años. Habla en términos cinematográficos. Habla de «guion», «secuencia» y «plató» para referirse a los instantes que transcurrieron desde el aterrizaje del avión en El Prat hasta la famosa escena –sí, claro, escena– en el balcón del Palau de la Generalitat. Portabella también explica que, hasta poco antes, todo el mundo contemplaba a Tarradellas como «un fósil» y que era necesario plantearse ese acto como una película que pedía a gritos una producción estelar –y pautada– para dar la sensación de acontecimiento histórico. Tarradellas era, él solo, y como consecuencia del acto humilde y discreto de Josep Irla, que murió «viejo, enfermo y pobre», una institución. Y así actuaba. Incluso la altura del 'president' era un factor escenográfico. Todo contribuía al éxito de la empresa. Y el protocolo era fundamental.

He pensado en ello observando la fotografía del primer acto de homenaje a Tarradellas.  .Están Maragall, Montilla y Mas. Hay un espacio de separación. Luego, Pujol. Este vacío, la mínima distancia que discrimina y acusa, habría gustado mucho a Tarradellas. Pujol todavía está allí, todavía alardea, pero el desprecio es ostensible. Detalles como este no hacen las revoluciones pero ayudan a hacer visible la forma con la que se entreteje la historia. Enlazan el regreso del «fósil» con la pervivencia política (todavía) de la reliquia viviente.