Dos miradas

Flor amarilla

JOSEP MARIA FONALLERAS

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De preferencia, prefiero las rosas rojas, los lirios blancos y las violetas de pétalos violáceos, y abomino de los inventos genéticos que crean flores de colores que no tocan. No digo que las rosas amarillas sean espurias sino que no forman parte de mi concepto primigenio de rosa. Pero me he reconciliado con ellas tras la muerte de García Márquez y, sobre todo, durante el funeral laico que tuvo lugar en el espléndido edificio de Bellas Artes del Distrito Federal de México. En este palacio donde se mezcla la disciplina de la geometría racional y la exuberancia controlada del déco, frente al pórtico exagerado de la «cortina de cristal», había una simplísima urna oscura con una rosa amarilla encima. Después vinieron más rosas, todas amarillas, un exceso floral, pero les pido que presten atención a la foto en la que se pueden observar los restos del escritor y la solitaria rosa, con el fondo granate de las escaleras.

La delicadeza de la imagen me hizo pensar en un poema de otro GabrielFerrater. Se llama Kengsington, y en una de sus hipnóticas apropiaciones pronominales, repletas de sentidos, hace que una chica piense que ha llegado a ser una flor amarilla. Al final, transformada toda ella en esta flor, confiesa al amante: «Te me he vuelto una flor amarilla». Es decir: es por ti y para ti que soy esa flor. Pensé en todo eso, mientras el terceto que cantaba vallenatos provocaba las palmas entre los asistentes al funeral.

(La traducción del poema es de J. A. Goytisolo).