ANÁLISIS

Finalmente, ¿se han enterado?

Podría pensarse que los favores que se intercambian Partido Popular y PSOE reflejan una visión estrictamente cortoplacista

JOSEP OLIVER

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Cuando la crisis azotaba a España aprendimos que los mercados son unos duros vigilantes de la conducta de gobiernos y sectores privados demasiado endeudados. Y que Alemania los utilizaba como palanca para conseguir las reformas que, sin la presión de la prima de riesgo, las salidas de capital o el hundimiento de la bolsa, difícilmente se hubieran puesto en marcha.

Algo parecido sucede hoy en la política española y, en particular, en las decisiones que se están adoptando en el ámbito de la economía y del gasto social. Decíamos hace unos días que la aprobación del techo de gasto apuntaba a un giro a la izquierda del Partido Popular. Y hace un mes titulaba 'Momento Moncloa' mi artículo quincenal, porque el tono que emergía del Parlamento español, una vez Mariano Rajoy alcanzó la presidencia, sugería un cierto aire retro, un 'dejà vu' de la transición en el que podían, y pueden, plantearse reformas que parecían imposibles. Lo ocurrido estas últimas semanas avala este diagnóstico.

Podría pensarse que los favores que se están intercambiando Partido Popular y PSOE en el Parlamento reflejan una visión estrictamente cortoplacista, para segar la hierba bajo los pies de sus competidores. Porque, en efecto, si los dos grandes partidos quieren continuar liderando el país tienen que achicar agua tanto a su derecha (los Ciudadanos de Rivera) como a su izquierda (el Podemos de Iglesias-Errejón). Y, por descontado, que esa estrategia es esencial.

Pero los cambios puramente tácticos de Mariano Rajoy y de la gestora del PSOE reflejan algo más profundo. Porque no es algo menor contemplar al PP batallando contra la pobreza energética y haciendo recaer el coste del bono social eléctrico sobre las empresas suministradoras; tampoco lo es la rápida respuesta de ambos partidos a la sentencia del alto tribunal europeo sobre los cláusulas suelo de las hipotecas, poniéndose rápidamente delante de la manifestación y proponiendo una solución pactada que resuelva, de una vez, este contencioso. Igualmente, la fuerte alza del salario mínimo interprofesional en más del 8%, algo que ni el Zapatero de sus buenos tiempos pudo imaginar, era impensable para un partido como el de Guindos y Rajoy. Por no hablar del revuelo que ha generado el aumento de la presión fiscal a las empresas que, por cierto, no es la primera vez que Montoro pone encima de la mesa (ya redujo deducciones en el impuesto de sociedades en los Presupuestos del 2012).

¿Hay, pues, algo más que tacticismo electoral? Así me lo parece. Y ello porque el 'Brexit' y la victoria de Trump y lo que pueden generar las próximas elecciones (Holanda, Francia, Alemania y, probablemente, Italia) y la deriva dictatorial en el este de Europa (Polonia y Hungría) han hecho mella, finalmente, en nuestras elites políticas. Y, probablemente, en las sociales y económicas.

Los cambios que se han operado en el discurso del Labour británico, con Corbin a la cabeza, y la radical modificación, tan claramente 'anti-establishment' en su formulación verbal, del Partido Conservador de Theresa May (¡quien lo iba a decir!), van en esa dirección. Es decir, reconocer que si no hay substanciales cambios de rumbo de las políticas económicas y de distribución del ingreso, los votantes tienen otras opciones.

Y al igual que los mercados financieros actuaron, y actúan, como vigilantes de la rectitud financiera de los gobiernos, elevando la temperatura (la prima de riesgo) de aquellos que se comportan de forma un tanto insensata, algo parecido sucede en el mercado electoral. En éste, la fiebre es el avance electoral de los extremos. Y su elevación indica que, de continuar el camino de los últimos veinte años, puede pasarles lo que ya les sucedió a los partidos tradicionales griegos, la Nueva Democracia de Karamanlis y el PASOK de Papandreu.

Sin caer en demagogias imposibles, ¿hay esperanza de recomposición de una sociedad más justa e igualitaria? Quizás me confunda mi deseo. Pero parece que el 'tsunami', contrario a los partidos tradicionales que han abandonado las políticas keynesianas de redistribución e igualdad de oportunidades de los 50, 60 y 70, está haciendo recapacitar a todos. Cierto que la cabra tira al monte y a pulsión de continuar con el pasado reciente es alta. Pero la presión está ahí. Además, a la ciudadanía le es del todo indiferente si este cambio se hace por obligación o por devoción. Porque, tras lo que se ha visto de la clase política estos últimos años, lo relevante no es lo que digan, sino lo que hagan. Parece que, finalmente, sí se han enterado.