Editorial

El final de la hegemonía convergente

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La pérdida del grupo parlamentario propio en el Congreso ha puesto finalmente a la antigua CDC ante el espejo del final de la hegemonía que tuvo durante décadas dentro del catalanismo. Una parte sustancial de ese protagonismo se sustentaba en el monopolio que tuvo en diversas legislaturas para expresar la voz de Catalunya en Madrid. Esa condición, junto al hecho de ocupar la presidencia de la Generalitat, llevó a un entramado perverso de confusiones entre el partido, las instituciones y el país.

Parte de los males que ahora han llevado a la antigua CDC a perder representatividad, e incluso a refundarse en el Partit Demòcrata Català (PDC), provienen del ejercicio perverso de ese monopolio del que en algunas ocasiones la política general española se aprovechó para garantizar la gobernabilidad tan deseada en estos momentos.

Haría bien el todavía portavoz del PDC, Francesc Homs, en no buscar más excusas a esta situación. El origen es la pérdida de apoyo electoral que sufre el partido desde el año 2011 por causas tan diversas como el giro independentistala corrupción, la austeridad o el desprestigio de la vieja política. Algunas artimañas reglamentarias le habrían permitido al PDC obtener su grupo, pero eso está tan pasado de moda como el estilo exhibido en este episodio cargado de secretismo, falta de transparencia y tics poco democráticos. Ahora sí, la antigua CDC ha tocado suelo y el nuevo PDC solo podrá alzar el vuelo si se adapta a las nuevas circunstancias.