MONÓLOGOS IMPOSIBLES

Fin de la epopeya

JOAN BARRIL

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Me dijeron mis profesores que perder era la mejor manera de ganar. Supongo que se referían a las ideas, que esas perduran a lo largo de los años y las derrotas. Porque lo que es a mí no me queda ninguna duda de que he perdido. Tantos años dándoles caña a los laboristas y ahora que ya tenía la victoria y la independencia en la mano, voy y pierdo. Dicen que ha sido por miedo. Dicen que a nadie le gusta que los bancos se vayan a Londres y que lo de 'Braveheart' era una comedia que no tenía nada que ver con la realidad. En Escocia se ve un tronco flotando por el lago Ness y nos inventamos un monstruo.

Me acuerdo de mis primeros momentos en Westminster, cuando me convertí en la bestia negra de ese pirata llamado Tony Blair. Menudo tipo el tal Blair, se decía católico pero actuaba como un anglicano. Se decía progresista y nos llenó la Gran Bretaña de musulmanes. Fue ahí donde empecé a brillar junto al nombre del partido. Incluso James Bond dejó de estar al servicio de su majestad para sacar unos dineros de Andalucía y ponerlos a mi disposición. Ya lo cantan en las gradas los del Celtic: nunca caminarás solo. Pero ahora a mí me ha tocado la soledad. Por eso dimito, porque mi dimisión me va a hacer grande y me convertiré en la reina madre de Escocia. Hasta esos bueyes mojados y peludos que son los 'angus aberdeen' me saludarán cuando pase. Al fin y al cabo, solo tengo 60 años.

La independencia no regresará, dicen. Pero la idea de ese país que jamás fue sometido, ni siquiera por los romanos, persistirá, porque ha llegado aquí para quedarse. Eso es como las gaitas: soplas un poquito y ya tienes música para muchos años. Hasta la lluvia escocesa va a dejarnos tonificados y en plena forma, como corresponde a la ducha que dicen que se practica por aquí. Eso y ese oro ambarino que es el whisky y que nos permite engrasar nuestra máquina de sentir y de pensar.

Me dijo el bueno de Cameron que firmara un papel conforme iba a hacer un referéndum correcto. Por aquel entonces, Cameron ni siquiera se imaginaba el resultado. Creía que se iba a llevar a Escocia de calle. Pero a medida que pasaba el tiempo, Cameron tuvo que admitir que la cosa no era tan fácil y que aquel pueblerino que era yo podía conseguir lo que los romanos no habían conseguido. Me hizo firmar la reglas del referéndum y también un pequeño añadido por el que se establecía que si yo perdía, iría a encargarme de la gestión de un pequeño hotel en las Falkland, ese lugar gélido al que los argentinos llaman las Malvinas.

Aquí estoy haciendo las maletas, como Napoleón en la isla de Elba o en Santa Elena. De vez en cuando, regresaré a Edimburgo y mis amigos se pondrán firmes y empezarán el lamento de lo mal que se pasa en Escocia con ese Londres cicatero y ombliguista. La culpa de todas las metrópolis viene siempre de su capitalidad. Yo les prometí a mi gente un país feliz y auténtico y han tenido miedo a la novedad y al riesgo. Los poderosos siempre acaban llevándonos fuera de juego. Incluso la autora de Harry Potter no ha sido capaz de que el niño mago hiciera por fin el milagro. Me voy, pues, al otro extremo del mundo, ahí donde solo hay lugar para los soñadores y para los valientes, mientras los bancos continúan siendo duros como la piedra y cada lago está habitado por un monstruo pavoroso.