El cuerno del cruasán
La fiesta del cinismo
La intervención de Rajoy tras el referéndum de Escocia fue uno de los momentos más extravagantes de la política española reciente
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
JORDI PUNTÍ
Las reacciones que se produjeron el viernes tras la victoria del no en el referéndum de Escocia son una demostración de sentido común y responsabilidad, pero también de la aversión a hacer el ridículo que tradicionalmente se asocia al carácter británico. Alex Salmond dimitió al cabo de pocas horas, David Cameron destacó el esfuerzo de los perdedores. Son dos decisiones que nunca habría tomado Mariano Rajoy, quien, entretanto, voluntariamente, mediante vídeo plasmático, dejaba para la posteridad uno de los momentos más extravagantes de la política española internacional reciente.
Si no han visto el vídeo, búsquenlo: dura cerca de dos minutos y es la viva imagen de alguien que habla y al mismo tiempo transita por un campo de minas ideológico, atento a poner los pies en el lugar adecuado. Tristón y con cara de sueño, Rajoy lee un elogio desatado del unionismo, del espíritu europeo, y todos sabemos que, cuando habla de Escocia, está mirando por el retrovisor a Catalunya. Dice, por ejemplo, que los escoceses «han elegido [sic] entre la segregación y la integración», pero en cambio evita hablar de las cuatro naciones del Reino Unido, una fórmula a la que a menudo se refería el propio Cameron. La otra cosa que no dice Rajoy es eso tan tópico de la «fiesta de la democracia», una frase -lo he mirado- que le gusta emplear cada vez que hay elecciones. De hecho, si no se refiere a ella, es precisamente para disimular. «¿Cómo puedo asociar un referéndum para la independencia con la democracia, si no soy capaz de aceptar una votación parecida en Catalunya?», se preguntará con su lógica. Para compensar, habla de una votación celebrada «con escrupuloso respeto a la legalidad de su país».
La intervención de Rajoy fue extravagante por muchas razones, pero sobre todo porque fue una fiesta del cinismo. De un cinismo hogareño y cutre. Como ese padre que no quiere comprar una bicicleta a su hijo, porque cree que se caerá y se pegará la gran torta, pero entonces ve la bicicleta del hijo de su vecino y se deshace en elogios porque le interesa quedar bien.
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