MI HERMOSA LAVANDERÍA

La fiambrera

Fiambrera

Fiambrera / periodico

ISABEL COIXET

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

En mi infancia, la fiambrera era siempre metálica y estaba definitivamente asociada a la tortilla de patatas y a los huevos rellenos de atún que mi madre preparaba cuando íbamos al campo. Desde entonces, habré probado miles de platos y sabores diferentes: ninguno tendrá la magia del reflejo del amarillo del huevo rallado en la superficie pulida de la fiambrera. 

Hubo un tiempo en que a nadie se le hubiera pasado por la cabeza llevar la comida al trabajo. En mis primeros años de cotización a la seguridad social, hubiera sido motivo suficiente para convertir en un paria a aquel que hubiera osado hacerlo. En la agencia en la que trabajé, comíamos siempre de menú, variando de categoría a medida que avanzaba el mes: a principios siempre caían una o dos paellas en la Barceloneta, a finales optábamos por el menú económico de la desaparecida granja Santander. Nadie de las más de 100 personas que trabajábamos allí se traía la comida de casa.

Hoy, los salarios cada vez más bajos hacen que las cocinas de las oficinas, los parques, aceras y bancos estén llenos de gente que come lo que ha cocinado por la mañana en su casa, en recipientes de plástico: estamos en el reino del 'tupper'. También de los menús ultraeconómicos y los medios menús y las fórmulas combinadas. Uno se pregunta muchas veces si los que los elaboran tienen algún margen de beneficio o lo hacen para no estar parados y tener algún tipo de actividad. En la India, la situación es diferente. Los trabajadores reciben en sus trabajos, a través de un complejísimo sistema de recogidas y entregas, directamente desde sus casas, una fiambrera de varios pisos con un elaborado menú. Según la Universidad de Harvard es un sistema infalible, regido por un sofisticado código de colores y mnemotecnia. La película 'The lunchbox' (en inglés, la fiambrera) empieza justamente con un fallo en este sistema, producto del más puro azar: un oficinista viudo y solitario, encarnado por uno de los mejores actores del cine mundial, el sublime Irrfan Khan, recibe por error la comida que una ama de casa en crisis con su marido prepara para este. Se inicia entre ellos una preciosa relación a través de la comida y las cartas que se van enviando, donde consiguen, entre curri de mil tipos, pollo, 'pakoras', lentejas, 'naan' y coliflor, abrirse el uno al otro y soñar con la posibilidad de una vida mejor. 

Viendo por tercera vez la película, aprecié todavía más la valentía del cineasta que en ningún momento cae en las trampas folclóricas en las que cualquier otro hubiera caído, en la preciosa banda sonora 'anti-Bollywood' de Max Richter, en la compleja interpretación de Irrfan Khan y en mil detalles que se me habían escapado las primeras veces. Y también me transportó de una manera casi mágica a mi yo con 4 años delante de la mesa de la cocina de formica verde jaspeada de casa de mis padres, cuando el sonido preciso de unas manos de mujer –las de mi madre– cerrando con firmeza y cariño una fiambrera metálica con los filetes empanados que iban a ser la comida de mi padre me producía una sensación inenarrable de  cobijo y felicidad.