De Ferrusola a Labordeta
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO
Lo de la pareja de Thievy, el jugador del Espanyol cedido al Almería, es un caso aparte. Me refiero a cuando ardieron las redes sociales por aquello de «iros a la mierda, Espanyol, catalanes y Cornellà entera». No cuenta porque el futbolista se había buscado a pulso que se lo quitaran de encima y, por tanto, se trató de un exabrupto improcedente, una pataleta de Barbie, si bien la novia enfadada debió haber escrito «idos», que es el imperativo correcto. Pero ni el patio está para gramáticas, ni pueden pedírsele peras al olmo.
En ciertas ocasiones, sin embargo, cuando uno va cargado de razones y lo suelta, se queda muy a gusto, ligero, como recién salido de la ducha. Es la frase idónea para zanjar una ruptura, una conversación sin retorno o esas insistencias pesadas que suelen acabar tan mal. Le pasó a Fernando Fernán Gómez, el gran cómico, anarquista y zangolotino, en la presentación de sus memorias, cuando un admirador le pidió que le dedicara el libro con tal terquedad -lo interrumpió hasta en nueve ocasiones- que el actor, ya entrado en años, perdió los estribos y lo mandó a la mierda dos veces, y con aquella voz de magisterio dramático.
También es exculpable la salida de tono de Marta Ferrusola. Venía cargada del agosto en Queralbs. Un día tras otro, la casa amanecía rodeada por una nube de reporteros, cámaras y fotógrafos, apostados en la verja, pobres diablos a la caza de un suspiro, media declaración, una foto en escorzo. «Sou molt pesats», parece que les dijo una mañana. Un acoso mediático diario e insoportable después de la confesión familiar de tan alto voltaje. Hasta que la exprimera dama llegó al límite de su paciencia: «¡Vagi a la merda!".
El lenguaje corporal
Cualquiera puede perder los nervios, pero visto el vídeo varias veces, no pesan aquí tanto las palabras dichas como el lenguaje corporal, la altivez de la barbilla, la displicencia con que la matriarca cierra la portezuela del taxi. Es como si estuviera diciendo sin decirlo: ¿qué os habéis creído?, ¿acaso no sabéis quién soy? La misma soberbia con la que el president Pujol ha dilatado su comparecencia urgente en el Parlament.
El caso trae a la memoria otro célebre «a la mierda», el de Labordeta en el Congreso cuando, tras un debate larguísimo, ya a las tantas de la madrugada, los diputados del PP le invitaron a coger la mochila y le llamaron «cantautor de las narices», hasta que el maño reventó. Pero revisitado su estallido en Youtube, lo bueno viene luego, cuando replica que lo que en verdad les fastidiaba era tener que jugar al juego democrático y escucharle, ceder el turno a otras voces cuando desde siempre habían estado acostumbrados a controlar el poder.
La democracia tiene estas cosillas. A veces el pueblo soberano reclama explicaciones, y no hay nadie intocable en el pedestal.
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