El cambio en la jefatura del Estado

Felipe VI y nosotros

Señalar al Rey como 'solucionador' del 'pleito catalán' recorta más su limitada capacidad de acción

MARÇAL SINTES

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Mi padre y yo somos prácticamente de la misma edad de Juan Carlos I y Felipe VI. El primero es un poco más joven que mi padre (uno es de 1938 y el otro de 1936), mientras que yo soy un poco mayor que el nuevo rey (él es del 68, yo del 67). Me ha venido esto a la cabeza al darles vueltas a las semejanzas y diferencias entre los dos monarcas, entre lo que los acerca y lo que los separa.

Mi primer recuerdo político claro es el bigotito de un señor muy triste que salió por la televisión en blanco y negro y dijo aquello de «Franco ha muerto», preludio de unos días -no recuerdo cuántos- de vacaciones escolares. Después de la cara de enterrador (nunca mejor dicho) de Arias Navarro enseguida aparece, en mi memoria, aquella noche de febrero de 1981 en que mi padre, que estaba a de viaje, llamó para explicarnos que unos guardias civiles habían entrado en el Congreso y no se sabía qué podía pasar. En la radio sonaba música militar.

Juan Carlos I tenía 43 años (tanto él como su hijo son de enero) el 23-F y aquella noche logró ganarse el aprecio de gente como mi padre, la generación de los hijos de la guerra civil. De alguna manera, esa generación siempre sería juancarlista.

 

Felipe VI tiene 46 años y va a serle mucho más complicado ganarse el apoyo de los hombres y las mujeres de su generación, una generación, la mía, que es la de los nietos de los que hicieron la guerra civil. Y eso a pesar de que, estoy seguro, en muchos sentidos es mejor persona el hijo de Juan Carlos que el de Juan de Borbón. Lo tendrá más complicado, diría que imposible, porque los ciudadanos de hoy son muy diferentes a los de 1981. Tienen menos miedo, están más preparados y su sentido democrático es mucho más profundo.

Algunos hombres poderosos -españoles y también catalanes- han puesto en marcha una campaña que, más o menos, viene a decir que Felipe VI puede ser la clave para arreglar el llamado pleito catalán. Este reto, siguiendo la teoría, supondría al mismo tiempo la gran oportunidad de Felipe VI de consolidar definitivamente la monarquía (Es, a diferencia de su padre, a quien colocó Franco, un rey democrático).

En resumen, lo que se traza es un paralelismo entre la situación de 1981 y 2014. Lo que se vive hoy en Catalunya no sería, pues, otra cosa que el 23-F de Felipe. Empezamos por lo que resulta más evidente. Los años de 1981 y 2014 no se parecen en nada. Más bien son antagónicos: Tejero quería acabar con la democracia; el soberanismo es radicalmente democrático y apela al derecho a decidir. Por supuesto, las circunstancias históricas, políticas y sociales son muy distintas también.

El poder, el poder real, fáctico, por decirlo así, de Juan Carlos era infinitamente superior al que tiene hoy su hijo. Esto es así gracias, entre otros, a él mismo, que contribuyó a la transición y también a estabilizar el funcionamiento del sistema democrático español. Decir que Felipe VI puede o debe arreglar el problema actual significa que no se ha entendido nada. O que hay algunos que después de tantos años todavía no han logrado interiorizar lo que es la monarquía parlamentaria, en que el Rey no manda ni se admitiría que lo intentara hacer. Además, con su insistencia, los que señalan a Felipe como solucionador, no hacen otra cosa que recortar su por naturaleza ya limitada capacidad de acción. Que el discurso de coronación fuera tan plano, tan políticamente inocuo, que se ajustara tan estrictamente a lo previsible, quizá se debe justamente a su intención de no atraer las miradas ni mostrar sus cartas. Otra cosa, en mi opinión diametralmente distinta, es que el Rey pueda contribuir, con palabras y gestos más privados que públicos, de relaciones, a facilitar el diálogo y, en su caso, la negociación.

Tal vez el cambio de rey en España forme parte de un plan del poder institucional y fáctico español para propiciar un pacto entre Catalunya y España. Pero creo que si la oferta española, será en el último momento. Y no va a ser Felipe VI quien la lance, sino el Gobierno del PP. Esta propuesta de tercera vía -que no puede salir de Cataluña, sino de España- deberá ser sometida a consideración de los catalanes. Deberá incluirse en la pregunta de la consulta.

Mi generación y las que vienen detrás -que no votamos la Constitución-, y probablemente el grueso de la de mi padre, ya no desean salidas como las de antes. No aceptarán que se les obvie, que alguien escriba por ellos el futuro como los señores del Constitucional les reescribir el Estatut. Encajarán el resultado de una consulta acordada, sin duda, pero no que el resultado del acuerdo sea que no hay consulta. Como intentaba señalar más arriba, no hablamos solo de Catalunya, también de democracia.