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RISTO MEJIDE

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La gente que trabajamos en le tele tenemos que aguantar que periodistas y no tan periodistas, cuando algo no les gusta, nos espeten a la cara el término telebasura. Mucho se habla de esa forma despectiva de los contenidos que no deberían triunfar según unos cuantos. Y muy poco se habla de los otros contenidos, los que hablan sobre contenidos. Muy poco se habla del periodismo basura.

Negaré que lo he escrito, pero a mí, extraño allá donde voy, que no soy ni publicitario entre los publicitarios, ni empresario entre los empresarios, ni presentador entre los presentadores, ni periodista entre los periodistas, ya me da igual la etiqueta, lo que me importa es el fondo del mensaje. Dejé de matar mensajeros hace tiempo, así que no estoy ni con los 'alternative facts' de Trump ni con la Asociación de Prensa de Madrid. Estoy con que no nos tomen el pelo. Ni unos ni otros.

La noticia saltaba hace unos días, cómo no, a través de un confidencial. Ya sabes, esa puerta trasera que se han inventado algunos medios para poder publicar noticias antes que nadie sin necesidad de contrastarlas ni de asegurarse que fuesen ciertas. Esas mafias organizadas de la desinformación. Sí, has leído bien, he dicho mafias. Porque actúan exactamente igual que una mafia.

Un día recibes una llamada. Es un 'periodista' de un confidencial. Alguien que de algún modo ha conseguido tu número y que desde un oculto te exige que le confirmes urgentemente una información. Y ahí es donde llega la extorsión. Si no la confirmas o desmientes, la van a publicar igual y aseguran que puede hacerte mucho daño. Cuando tú preguntas de qué trata, simplemente te cuentan que es sobre tus empresas y que puede tener consecuencias nefastas para todos los que trabajan en ellas. De esta forma, desprovisto de toda pista, intentas hacer repaso de dónde puedes haber metido la gamba hasta tal punto como para que vaya a ser noticia. Y no caes. Y entonces el periodista vuelve con la amenaza, y te da 24 horas. O parecerá un accidente.

Así las cosas, lo único que pude hacer fue sentarme y esperar. Tengo la conciencia muy tranquila, pensé. Así que no van a quitarme el sueño las amenazas de un periodista basura.

Al día siguiente, a la hora en que vencía el plazo de la extorsión, saltaba el bulo primero -como siempre- por Twitter. Una noticia con titular tan jugoso como falaz: 'Risto se arruina y trata de vender su marca de ropa deportiva'. Ah vale, es eso. Y entonces te entra la risa. Pobres. Vaya manera más barata de buscar clics. Deben de andar muy desesperados por que alguien les lea. Bah, piensas, es un confidencial. Quién le hará caso.

Pasan las horas, y ves que lo que debería haber quedado en un pseudotabloide digital empieza a extenderse como una mancha de aceite, replicándose en otros medios que ya no son confidenciales, hasta el punto que acaba impreso negro sobre blanco en la llamada «prensa seria». De ahí a la radio, porque la carnaza ya se sabe, es carne de tertulianos. En las redes empiezo a recibir mensajes de gente amenazándome para que no despida a nadie de «mi empresa textil», o peor, acusándome de que lo voy a hacer, y preguntándome de manera irónica si yo no era el gurú de las ventas. Y hasta tal punto que la noticia llega a familiares y amigos y empiezan a llamarme para preguntarme si estoy bien y si necesito ayuda. Y de pronto, me paso un día y medio tranquilizando a la gente que se preocupa por mí y deshaciendo la mentira una y otra vez hasta que ya lo hago de memoria.

Si el pseudoperiodista se hubiese informado un poco, habría visto que entre mi socio y yo somos accionistas minoritarios de decenas de empresas, tanto de manera directa como indirecta, a veces de manera puramente testimonial. Si además hubiera hecho un poco de análisis financiero, habría visto que ya entramos cuando esa sociedad arrojaba pérdidas. Pero es que si hubiera sido algo parecido a un periodista, me habría llamado para hacerme una entrevista y no una extorsión, y entonces le habría contado que nos metimos en esa sociedad porque nuestro amigo Sandro Rosell nos pidió que entrásemos con 'work for equity', alguien con quien me metería en negocios cada vez que pudiera, y ojalá tuviese capital para plantearme mil negocios con él. En este caso, además, el protoperiodista ni siquiera ha visto que hace ya casi un año que decidimos no participar en la compañía.

Pero ahora ya todo eso da igual. El daño está hecho. Mis amigos y familiares preocupados. Los clientes de mi agencia preguntándome acerca del tema. Y el periodista feliz por los clics a su noticia. Ése es el nivel, señores. Y espérate la de mierda que sacarán de contexto después de publicarse este artículo.

Esta semana, contemplo a mi otro amigo Fran Rivera teniendo que dar explicaciones en un juzgado cuando, como él dice, el único delito que ha cometido fue elegir mal a sus socios. «Habría desviado 1,3 millones de euros», reza el rótulo en televisión bajo su cara. Ni presuntamente ni leches. El condicional les salva del lodo.

Y entonces me acuerdo de las cifras del fracaso de negocios en nuestro país. Nueve de cada diez empresas no logran llegar a ser viables. Pero a quién le importa eso, cuando hay un periodista dispuesto a inventarse el caso. A quién le importa eso en un país en el que cada vez que una empresa arroja beneficios, hay medios dispuestos a dar caza y captura al empresario «que se ha lucrado». Como muchos delincuentes se han lucrado a costa de los demás, los periodistas basura convierten en presuntos delincuentes a cualquiera que gane dinero. O en arruinado a cualquiera que no lo consiga. Como si ganar dinero en este país fuese ilícito e ilegal. Como si haberlo intentado fuese motivo de burla colectiva. A mí, perdónenme, pero me siento mejor empresario después de cada fracaso. A mí, discúlpenme, pero ojalá se me hubiera ocurrido un Zara o un Mercadona.

Claro que eso es algo que un plumilla con ínfulas de clics y sin puñetera idea de lo que es levantar una empresa, jamás entenderá.