Dos miradas

Farkhunda

Las imágenes de su linchamiento son atroces. En Afganistán cualquier ofensa al islam puede encender la ira popular

EMMA RIVEROLA

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Una turba de hombres mató a Farkhunda. La lincharon, la quemaron viva y después tiraron su cuerpo al río. La acusaban de haber quemado el Corán. Al fin se descubrió que las acusaciones eran falsas. Fue la intriga de un clérigo al que la mujer había criticado por vender amuletos a los pobres el que prendió fuego a la pila del fanatismo. En Afganistán, cualquier ofensa al islam puede encender la ira popular. Las imágenes del linchamiento son atroces, aberrantes. Pero frente a ellas, otras imágenes han puesto un último aliento de dignidad sobre el cuerpo devastado de la mujer. Enfrentándose al machismo que mutila sus vidas, el mismo que se viste de palabras sagradas y que asesina cada día a tantas Farkhundas, un grupo de mujeres se negó a que los hombres portaran el féretro de la víctima. Con el rostro descubierto, las lágrimas atragantadas en la garganta y el desafío en la mirada, fueron ellas mismas las que quisieron dar el último descanso a Farkhunda.

En ese gesto, tan pequeño y tan inmenso a la vez, está la voluntad de no darse por vencidas, de luchar por su libertad, que al fin y al cabo es la de la sociedad entera. No están solas. Miles de hombres afganos salieron a la calle para condenar un linchamiento que también les interpela a ellos. O a favor de los derechos de las mujeres o contra ellas, junto a los asesinos. Igualdad o barbarie. Al fin y al cabo, el combate contra el machismo es la lucha por la paz.