Fantômas más el vampiro de Düsseldorf

La Ópera de Viena presenta 'Cardillac', de Paul Hindemith', como una película muda, en blanco y negro

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ROSA MASSAGUÉ

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Al grito de "¡Asesinos, asesinos. Los asesinos están entre nosotros!" una turbamulta está dispuesta a tomarse la justicia por su mano porque, efectivamente, un asesino anda suelto. El criminal además roba las joyas a sus víctimas. Podría tratarse de una 'joint venture' de Fantômas y del vampiro de Düsseldorf con algún destello del Doctor Mabuse.

Aunque los hechos, tal como los relata Paul Hindemith en su ópera 'Cardillac', basada en una narración de E.T.A. Hoffmann, ocurren en Francia en el siglo XVII, la tentación de buscar la estética de los años en que triunfaba el cine de Fritz Lang o de Louis Feuillade era demasiado grande para que Sven-Erich Bechtolf la desaprovechara. El hotel estilo 'art déco' de su 'Don Giovanni' visto el pasado verano en Salzburgo ya apuntaba este interés por la época.

En el caso de 'Cardillac', Hindemith compuso esta ópera en 1926 con libreto de Ferdinand Lion. Curiosamente, el cine estaba todavía inmerso en el Expresionismo, mientras que otras artes como la música y en concreto esta obra de Hindemith ya había dado el paso hacia el movimiento opuesto, el de la Nueva Objetividad. Sin embargo, la unión de ambos movimientos estéticos en esta puesta en escena no rechina si no todo lo contrario.

No es la primera vez que 'Cardillac' se asocia de alguna manera a las primeras décadas del siglo XX. La puesta en escena que firmaba André Engel hace dos lustros para la Ópera de París, por ejemplo, ya transcurría en este periodo. Lo que distingue el trabajo de Bechtolf con el que la Ópera de Viena acaba de cerrar su temporada es que presenta la obra como si fuera una película muda, en blanco y negro, con unas perspectivas, en el primer y último acto, que parecen recrear los trabajos cinematográficos de Feuillade, Lang, Murnau o Pabst.

Hay color --poco y se reduce al rojo y al oro--, pero lo que domina es el fuerte contraste entre las luces y las sombras proyectadas, como la del asesino levantando el puñal sobre una de sus víctimas, es decir, entre el blanco y el negro. Los movimientos de los cantantes, en particular del coro que en esta obra adquiere un papel protagonista, son rígidos y entrecortados, como los que vemos en las películas de principios de siglo XX.

Pero 'Cardillac' no es solo la historia de un asesino que roba a las víctimas. No es solo la suma de Fantômas y el vampiro de Düsseldorf. El protagonista es un orfebre, autor de unas joyas maravillosas. Él mismo está enamorado de sus obras y no soporta que caigan en manos de otras personas. Por eso, para alimentar su narcisismo, su obsesión por la perfección de su arte, las recupera aunque sea a costa de derramar la sangre de quien las posee. Hindemith le da vueltas a la relación entre el autor y su obra  y no sería la última vez en hacerlo. Más de una década después volvería sobre el tema en su ópera más célebre, en 'Mathis der Maler' ('Matías el pintor').

Reencontrar a Michael Boder al frente de una orquesta es siempre una experiencia musical muy satisfactoria. Lo es más todavía tratándose de una obra del repertorio alemán y del siglo XX  que el director domina a la perfección. De su paso por el Liceu como director musical recordamos con gusto sus versiones de 'Salome', 'Der Rosenkavalier', 'Lulu', 'Le Grand Macabre' o 'Pelléas et Mélisande', entre otras. En este 'Cardillac', ofrecido en la versión original (no la de 1952) y sin descanso, Boder da cuenta de toda la intención de Hindemith de dar a la música una vida propia más allá del libreto, caminando siempre por la línea que separa la tonalidad de la atonalidad. 

Tomasz Konieczny daba vida a Cardillac, el orfebre torturado entre su brillante artesanía y su ego de artista que le lleva a matar. Angela Denoke ha hecho suyo el papel de la hija del joyero (ya lo cantaba en París) perfeccionándolo. Una voz muy destacable resultó ser la de Olga Bezsmertna en el papel de Die Dame, la dama ansiosa por tener una joya de Cardillac y que pagará con su vida el capricho. Completaban el reparto Herbert Lippert (Der Offizier), Wolfgang Bankl (Der Goldhändler), Matthias Klink (Der Kavalier) y Alexandru Moisiuc.

Mención especial  merece el coro que dirige Thomas Lang y que en esta ópera es un personaje principal, adquiere el mismo papel que en 'M, el vampiro de Düsseldorf' tenía la masa enfurecida. A diferencia de la película de Lang, la policía llegaba en el último momento y salvaba a Peter Lorre, al asesino, de ser linchado por la masa exasperada. En 'Cardillac', el pueblo se toma la justicia por su mano.