La familia es un horror

RAMÓN DE ESPAÑA

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Gary Shteyngart es un novelista divertidísimo y un contertulio hilarante. Sé lo que me digo: traduje hace años para Alfaguara dos de sus libros, Absurdistán y Una súper triste historia de amor verdadero y comí con él en Casa Leopoldo durante un Sant Jordi, por cortesía de nuestra común amiga y editora Valerie Miles. Eso sí, Shteyngart es de esas personas a las que se les nota mucho que el sentido del humor les ha sido muy necesario para la supervivencia y no es en ningún caso un capricho estético.

Supongo que es fundamental cuando llegas a Estados Unidos de crío porque el Gobierno ruso ha autorizado una fuga masiva de judíos a cambio de sus excedentes de trigo. No sé si eso es empezar con mal pie tu andadura por el Nuevo Mundo, pero seguro que imprime carácter.

Aunque en todas las novelas de nuestro hombre hay elementos autobiográficos, solo ahora, con la publicación de Pequeño fracaso por Los Libros del Asteroide -intenté pillar la traducción, pero se me había adelantado mi amigo Eduardo Jordá, que es muy bueno en esto-, lo verídico ocupa el centro del escenario, relatando las desdichas de un americano de aluvión cuyos padres no son más rusos porque no entrenan lo suficiente.

Solo la foto de la portada ya da pena: el pequeño Gary, con un rostro más ratonil que nunca, está al volante de un cochecito de juguete que parece resistirse a arrancar. En esa época, su padre empezó a referirse a él como the little failure, el fracasadito, el pobre inútil, el Pequeño fracaso que da título a la traducción de Edu. Y las cosas no mejoraron mucho desde entonces, pues cuando hablas con Shteyngart compruebas que, a su manera, quiere a sus padres; pero, también a su manera, a veces los odia a muerte por la vergüenza que le han hecho pasar desde que llegaron a EEUU (The New Yorker le publicó un relato excelente al respecto).

La miseria humana es una de las principales fuentes de la literatura, y la institución familiar la genera a toneladas. Hasta ahora, Shteyngar había preferido disolverla levemente en la ficción, pero en Pequeño fracaso se manifiesta en toda su infame gloria. Para solaz y reflexión de los lectores, eso sí.

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