Los retos del futuro

Faltan números y sobran adjetivos

El consumo de energía nos parece tan natural que no reflexionamos sobre la complejidad del proceso

MARIANO MARZO

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En los países desarrollados, la energía está presente en todo lo que nos rodea. Sin   embargo, apenas nos detenemos a reflexionar sobre el papel fundamental que la energía desempeña en nuestras vidas. Algo que resulta completamente natural si tenemos en cuenta la comodidad y fiabilidad con las que disfrutamos de los servicios de la energía. Basta con accionar un interruptor y de repente se hace la luz, o encendemos un móvil y nos conectamos con alguien en cualquier parte del mundo. Y todo ello sucede sin que la mayoría de los ciudadanos tengan la más remota idea acerca del complicado proceso que les permite disfrutar de los beneficios de la electricidad. De forma parecida, poca gente es consciente de la complejidad que se esconde detrás de la rutinaria decisión de llenar el depósito de su vehículo. ¿Alguna vez consideramos la dimensión de la cadena activada para que la estación de servicio disponga del carburante que nos aprestamos a consumir?

Necesitamos una interrupción del suministro o un aumento de precios para que el tema de la energía suscite un cierto interés, no solo entre la opinión pública, sino lo que es peor, entre buena parte de la clase política. Y es que en el mundo de los servicios de la energía todo sucede de forma tan aparentemente simple y automática que solo una contrariedad despierta nuestra atención. 

    Como escribió Daniel Defoe en 'Robinson Crusoe', "nunca sabemos ponderar el verdadero estado de nuestra situación hasta que vemos cómo puede empeorar, ni sabemos valorar aquello que tenemos hasta que lo perdemos".  Esta reflexión introductoria nos lleva a preguntarnos: ¿qué se atisba en el horizonte energético y cuáles son los principales desafíos que debemos encarar en las próximas décadas? De manera simplificada, estos pueden agruparse en tres trilemas, cada uno de los cuales comprende tres retos íntimamente relacionados entre sí, de manera que no es posible tratar de resolver cada uno por separado.

SOSTENIBILIDAD ENERGÉTICA

El primer trilema, quizás el más conocido, es el de las 3 Es. La sostenibilidad energética se dirime en tres frentes de batalla simultáneos. Estos coinciden con un triángulo con vértices definidos por la e de la economía, la e de la energía (o de seguridad de suministro) y la e de la ecología (o del medio ambiente-cambio climático). Lo aconsejable en política energética es buscar el baricentro de este hipotético triángulo. Si adoptamos medidas muy decantadas hacia uno de los vértices, corremos el riesgo de descuidar los otros dos frentes de batalla y perder la guerra. Esto quiere decir que debemos aspirar a un mix energético lo más limpio, barato y seguro posible. No nos podemos conformar con disponer de un suministro abundante y relativamente competitivo, pero medioambientalmente sucio. Sin embargo, tampoco resulta recomendable aspirar a un suministro limpio, a costa de descuidar la seguridad y/o los costes.

El segundo trilema, se conoce como el de las 3 As y deriva de las iniciales de las palabras inglesas 'availability' (disponibilidad), 'accessibility' (accesibilidad) y 'acceptability' (aceptabilidad). Este trilema nos dice que en materia energética no solo cuenta el que seamos capaces de encontrar nuevas fuentes, sino que también hemos de ser capaces de desarrollar la tecnología adecuada para aprovecharlas, asegurándonos al mismo tiempo que lo hacemos de manera que resulte aceptable, en términos de riesgo y otras consideraciones más o menos racionales, para las personas y los consumidores.

ENERGÍA, AGUA Y ALIMENTOS

Finalmente, el tercer trilema se refiere al nexo existente entre las necesidades mundiales de energía, agua y alimentos, llamadas a crecer espectacularmente en las próximas décadas. Sin duda, el aumento demográfico y de la prosperidad global impulsará una mayor demanda de alimentos, cuya producción requerirá de más y más agua.

Paralelamente, cubrir las necesidades de agua y alimentos se traducirá en un mayor consumo energético, por ejemplo, en conceptos que nos son tan familiares como el tratamiento, transporte, reciclado y desalinización del agua para su consumo. Por otra parte, resulta que la agricultura moderna es muy intensiva en energía ya que, entre otros productos, requiere del uso de grandes cantidades de fertilizantes procedentes de la transformación de los hidrocarburos fósiles que, a su vez, demandan de enormes volúmenes de agua para su producción y refino. Una tendencia que aún se reforzará más en el futuro, en la medida que la extracción de hidrocarburos convencionales vaya acompañada por un porcentaje creciente de petróleo y gas no convencionales, así como de biocarburantes.

El desafío que tenemos planteado es muy complejo. De modo que lo último que necesitamos es dejarnos llevar por las emociones. Hacen falta números y sobran adjetivos.