Dos miradas

Falsos

Esas muertes en el Mediterráneo nos mortifican porque nos humillan como sociedad, nos degradan como humanos

EMMA RIVEROLA

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Podemos quedarnos mirando al mar. Esa preciosa mancha azul que nos susurra historias de antiguas civilizaciones, leyendas y culturas. Podemos quedarnos mirando al mar. Imaginar que un desagüe delator lo vacía del líquido azul y nos descubre la fosa común de nuestra vergüenza. Cuerpos y cuerpos amontonados. Mudos testigos de todas las miserias humanas. Impotentes vestigios de la desesperación. Podemos seguir mirando al Mediterráneo, ese mar de pus, sin querer ver la herida. Ese desgarro que estalla tierra adentro, esa llaga que lejos de curarse, cada vez es más profunda, más lacerante, más insoportable para las gentes que la habitan. Porque ahí, en el centro de la herida, la vida es simplemente imposible. Solo queda la extenuante espera de una muerte horrible.

Podemos clamar por aumentar los recursos destinados al rescate de náufragos. Podemos discutir sobre la política que Europa debe seguir sobre la inmigración. De la inhumanidad de cerrar las puertas. De la dificultad de abrirlas. Pero en realidad solo estamos debatiendo sobre nuestra conciencia. Esas muertes nos mortifican porque nos humillan como sociedad, nos degradan como humanos. Todos los mandatarios que ahora se llevan las manos a la cabeza y se lamentan por esas muertes tan poco éticas -y estéticas- para sus instituciones, saben que el único modo de atajarlas es invertir en curar la herida. El resto es hipocresía de falsos beatos.