ARTÍCULOS DE OCASIÓN

Externalicémonos todos

TRUEBA

TRUEBA / periodico

DAVID TRUEBA

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El verbo 'externalizar' es otro palabro diseñado por la ingeniería económica que tanto daño nos ha hecho en las últimas décadas. Se asumió como un atajo empresarial, que libera a diversas labores de su cartera de responsabilidades. Contrata fuera lo que antes hacía dentro. En el sector público ha correspondido a una privatización encubierta de labores que antes vigilaba el Estado. Afecta a casi todos los sectores y consiste en contratar afuera para lavarse las manos. Genera un mundo de irresponsabilidad que nos gustaría cambiar, pero no podemos, porque el diseño económico es sabio en su evolución interesada. Lo mejor es, pues, exigir que se practique con rigor. Y no debemos conformarnos con que se haya externalizado una labor que afecta al colectivo para no por ello exigir que se cumpla, se pague con rigor, se mantenga personal especializado, se someta a auditorías y vigilancia. Pero, aceptada la externalización en nuestra vida cotidiana y en la responsabilidad estatal, parece necesario extenderla también al mundo de la política. La crisis que hoy padecen los partidos viene causada por su incapacidad de ilusionar al ciudadano, que los vota como mal menor, inclinándose en un ejercicio de fe, fidelidad y paciencia más que de convencimiento.

El partido fomenta una estructura interna llena de apaños y en la que medran en muchas ocasiones los elementos más fulleros y menos valiosos. Guerras de capillitas jalonan la carrera de los grandes líderes que llegan a la cima de su partido. Y en los casos más discretos se esconde un dedazo supremo y nunca un debate abierto, luego no resultan tampoco ejemplares. Conviene preguntarse si en un momento de enorme desencanto ciudadano no sería bueno que los partidos recurrieran a la externalización de algunos de sus servicios. La invitación a formar parte de sus organigramas casi siempre ha sido un ocasional recurso para salir del paso, con personajes relevantes de la vida profesional a los que se utiliza y abandona cuando han cumplido su función propagandística y secundaria, ya se llamen Baltasar Garzón o Manuel Pizarro.

Lo que uno se pregunta es si esta opción de recurrir a alguien de fuera del ámbito político, con una carrera profesional consolidada y contrastada, no sería bueno para liderar el proyecto de un partido. Sometido a las elecciones con el apoyo de ese aparato engrasado para llegar a la gente que es, en su mejor versión, un partido político, esas personas valiosas, poseedoras de una ideología, pero no exclusivamente dedicados a la actividad del partido en sus mejores años, podrían traer a la sociedad su formación y su conocimiento, pero al mismo tiempo regalarían al partido una sensación de auditoría externa, tan necesaria cuando todo el mundo duda de la capacidad de organizaciones así para limpiarse desde dentro, para regenerarse incluso en la evidencia de la esclerosis sistémica. Sería, pues, una externalización importada de la ingeniería económica y serviría para lo mismo: repartir responsabilidades sin eludir la vigilancia. La endogamia partidista se beneficiaría de una apertura al aire libre y nuevo, y la sociedad podría volver a creer en la representación de sus intereses desde el poder y no en el empeño de alcanzar el poder con nuestro apoyo electoral por parte de quienes solo anhelan ese poder para barrer hacia intereses propios.