ARTÍCULOS DE OCASIÓN

No existen los mundos aparte

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DAVID TRUEBA

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No es fácil darse cuenta de que los comportamientos sociales son siempre consecuencia de una evolución. Hace años, cuando surgió la oleada de las descargas ilegales en internet, un amigo que no se dedicaba a ninguno de los sectores afectados me dio la clave sobre sus consecuencias.

No se trataba tanto de que el robo de propiedades ajenas fuera o no fuera fruto de la evolución tecnológica, sino que implantaba un nuevo comportamiento social. Generaba un espacio nuevo impune, donde cada cual buscaba el beneficio propio sin importarle el daño que generaba en otros. Con el tiempo, esa actitud fue invadiendo campos distintos y, salvo los taxistas europeos que se unieron de forma inmediata contra las plataformas ilegales de transporte de viajeros, ningún sector ha sabido responder al desafío laboral que el mercado digital traía. Y esa respuesta ocasional es probable que no sea duradera en un mundo en el que se está implantando un individualismo rampante. Lo que mi amigo quería decir es que, en muchos aspectos, la convivencia ha enfermado. Se percibe hasta en la crisis económica, donde un país es el bueno o el vago y el otro es el verdugo o el líder, sin tener en cuenta los numerosos matices.

La evolución de la sociedad cuenta con algún contrapeso y poco a poco va creciendo una conciencia urgente de renacimiento de la solidaridad, del ayudarse unos a otros. Si la depredación económica se ha sustentado sobre ese concepto deportivo tan dañino de los ganadores y los perdedores, donde los perdedores debían aceptar su derrota y entender que los ganadores se apropiaran de todo, el único contrapeso viene de la gente que reniega de que entre personas se puedan aplicar soluciones así. La era digital trajo unos avances increíbles en el desarrollo comunicativo, pero también obligó a fabricar un espacio nuevo de convivencia que a ratos se parecía demasiado al salvaje Oeste. Poco a poco, algunos han ido comprendiendo que la indiscreción, la impudicia, el odio, el acoso y las amenazas, así como el robo, eran tan graves en la red social como en la vida cotidiana. No podía tolerarse el delito de injurias ni el acoso sencillamente porque fuera ejercido desde la intimidad de tu hogar.

Poco a poco estas cosas se van comprendiendo, con dos décadas de retraso. Como también se entiende como algo que reformar el sabotaje laboral que ha traído la precarización de los empleos a raíz del desarrollo digital. Lo más triste es que algunos de los comportamientos peores del ámbito digital se están importando a la sociedad real. La agresividad, el boicot organizado, el insulto y la amenaza se están transportando al día a día con el mismo modelo de actitud que ha presidido la red. Sin darnos cuenta, vemos demasiados episodios que contienen la irracionalidad y el espasmo de la inmediatez comunicativa en el relato habitual. No existen para el hombre esferas distintas de comportamiento. Si el niño es agresivo y amenazante en el cole, lo será en la sociedad. Si uno es un anónimo amenazante en la red, lo será en su ciudad. Si uno roba o acosa en el territorio virtual, terminará por hacerlo en todos los ámbitos. Y así padecemos por no entender que toda evolución tecnológica necesita de una insistencia en su humanismo, en su urbanidad, y pervertimos los valores que sostienen la mejor convivencia.