Una reflexión veraniega

¿Existe la perfección?

¿Cómo pueden existir tal palabra y tal concepto? Es suficiente con aproximarse algo a la excelencia

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XAVIER BRU DE SALA

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Nadie es perfecto, aprendimos, pero es posible que haya una excepción. Así lo asegura un restaurador de Formentera que acabo de conocer y admirar. Según él, la perfección no existe, como demuestra la única excepción, que su padre le repetía para que el consejo le quedara grabado en el cerebro. Si el lector es tan amable, puede tratar de adivinar cuál es esta excepción, pero le advierto de que yo lo intenté y me equivoqué de arriba abajo. Más abajo lo pondremos por escrito, a ver quién ha acertado.

Hay gente que, sin ninguna pretensión ni aspiración de reconocimiento, y mucho menos de premios y de fama, hace las cosas bien, tan bien como le es posible -incluso como es posible, tan bien como el mejor-, pero sin salir del anonimato. Seguro que mi admirado y humilde restaurador, que se llama Benja, no ha leído aquel poema de Joan Maragall que traslado a la prosa en extracto: «Ama tu oficio, tu vocación o tu estrella, esfuérzate como si de cada detalle que piensas, de cada palabra que dices, de cada pieza que colocas, de cada martillazo que das, dependiera la salvación de la humanidad, porque depende de ello, créeme». Benja lo aplica como si fuera su lema, quizá más movido por un amor propio muy bien arraigado en sus fibras que por el deseo de salvar a la humanidad, pretensión que con toda probabilidad no entra en sus cálculos ni en los del lector.

Nos conocimos esta misma semana. Dimos una vuelta por las paradas de artesanía del puerto de Formentera, La Savina, y antes de comer, una cerveza y un picoteo. Algunos de los bares tenían ya las mesas puestas con mantel blanco e invitaban a pasar de largo. Pero había uno que no. Puedes comer, consumir solo una bebida o pedir un par de tapas. Es lo que hicimos. Las patatas bravas con dos salsas eran un 10, por no decir un 11. Excelentes. ¿Perfectas? Palabra tabú. Las sardinas en escabeche, francamente buenas. En cambio, encontramos los boquerones en vinagre correctos de sabor pero tan ablandados y harinosos que los devolvimos. «Si quieren nos los cobran, pero ya se los puede llevar», le dijimos al camarero. No habían pasado ni cinco segundos que ya teníamos al Benja presente, con la cara abatida. Los boquerones se habían preparado en su cocina el mismo día. Le habíamos tocado la fibra y no se le podía consolar ni asegurándole que las bravas eran imbatibles.

Se retiró compungido y volvió al momento con una explicación: había cambiado la materia prima, el pescado era de otra procedencia y con la preparación habitual los boquerones habían quedado pastosos. A partir de aquí, conversación. Para compensar, nos ofreció un conejo gazapo que, en efecto, prepara a las mil maravillas. Una cosa trajo la otra y acabamos comiendo como en las grandes ocasiones por el módico precio de 20 o 30 euros per cápita.

En la sobremesa, distendida, alegre y regada con licor de hierbas local, surgió el tema de la perfección. El conejo era sublime. Las gambas o el frit de pop que prepara, para llorar de felicidad. Benja, hombre inquieto, curioso y meticuloso, acumula una dilatada experiencia en varios tipos de restaurante, desde chiringuitos a cocina mexicana y regional. Mientras charla y los camareros aún van y vienen, su mirada de halcón no pierde detalle. Por la expresión de los comensales sabe cómo va cada mesa. De vez en cuando se levanta y vuelve. Ama su oficio. En Formentera está bien. No pide más. No pretende hacerse rico sino proporcionar la mayor satisfacción posible a sus clientes.

¿Y la perfección? ¿Cómo pueden existir tal palabra y tal concepto? ¿Cómo es que todo el mundo sabe qué significan y nadie lo ha constatado? ¿Un cristal sin impurezas es perfecto? ¡Es indiferente! ¿Y las obras humanas? Perseguir una quimera como la perfección, aproximarse algo a ella, ya es suficiente. Benja sentencia: «Mi padre lo repetía siempre, solo hay un ser perfecto». «Si no se trata de Dios», traté de adivinar... «No, hombre, no, que el mundo creado por él también sería perfecto, y ya lo ves. El único ser perfecto es el perfecto idiota» (bueno, él dijo «gilipollas»).

No se aprende de todo ni de todo el mundo, pero a veces topas con individuos que merecen un homenaje, ni que sea un insignificante articulito de mediados de agosto, en estos días en que la máxima aspiración de quienes no sufren demasiado es aproximarse un poco a la felicidad, y si no son tan pretenciosos se conforman con el dolce fare niente aunque no lo practiquen a la perfección.