La exigencia cívica y humana de un gran reto

"Si la separación se quiere hacer bien --después de mucha convivencia y sabiendo que se dan las condiciones para mantener una relación diferente pero que puede ser cercana-- hay que ser capaz de reconocer los valores de cada una de las partes"

'Estelada' humana con 2.000 personas, en Igualada, el pasado mayo.

'Estelada' humana con 2.000 personas, en Igualada, el pasado mayo.

JORDI PUJOL SOLEY

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Catalunya tiene un problema grave. Se siente amenazada de asfixia financiera, con graves consecuencias sociales, de inanición política e institucional, de ataque a fondo contra su identidad. De gradual pero intensa residualización en todos los terrenos. Y todo ello en un marco español muy agresivo y que cree que ahora es el momento de conseguir definitivamente que "dentro de dos generaciones, de la autonomía y de la lengua no se acordará nadie».

O sea que la embestida es potente y peligrosa. Y el clima en que se produce, muy hostil. Por lo tanto la reacción de Catalunya está justificada. Todo pueblo tiene derecho a defender su identidad y su capacidad de crear una sociedad justa y adecuada a su manera de ser. También, si es necesario, con la independencia. Y eso es lo que ahora está en juego en Catalunya.

Pero una reclamación como ésta se debe hacer bien. Bien socialmente. Bien políticamente. Bien humanamente, es decir, con respeto. Es lo que con insistencia reclama el 'president' Mas. Dice y repite y reclama que el proceso soberanista que ahora hay en Catalunya debe ser pacífico, respetuoso y conducido con pulcritud democrática.

Obviamente la manera de hacer que esto sea posible es que la ciudadanía sea consultada. Que se pueda expresar democráticamente. Es la mejor manera y, de hecho, la única manera de hacer las cosas bien.

No se resuelve con urbanidad ni diplomacia

Hay que profundizar en esto que dice el 'president' Mas. Lo que reclama no puede ser simplemente la observación de unas reglas. De unas reglas de buena conducta, digamos de urbanidad. El conflicto que tenemos --que tiene Catalunya y que tiene España-- es de gran profundidad y no se resuelve con urbanidad. O con diplomacia. Hay que ir mucho más a fondo. Se resuelve yendo mucho más a fondo en la explicación y el análisis de las dificultades a las que nos enfrentamos y en las medidas y sobre todo las actitudes que hay que tomar. Se resuelve yendo al fondo del problema. Más aún, en el fondo de la sensibilidad y de lo que para cada uno es esencial.

Una confrontación sobre una eventual independencia toca el tuétano de los dos países. Más de uno o del otro, pero de hecho de ambos. Es un proceso doloroso. Que a menudo se hace con violencia o con radical confrontación. Pero a veces, no.

A veces simplemente lo que ocurre es que dos países no se entienden, o que no se quieren entender porque han ido divergiendo, o porque la relación se ha desequilibrado, o porque se ha producido un abuso, o porque las partes han dejado de sentirse respeto mutuamente. Y ocurre que la convivencia se vuelve difícil. Muy difícil. Y que es mejor romper.

Pero si la separación se quiere hacer bien --después de mucha convivencia y sabiendo que se dan las condiciones para mantener una relación diferente pero que puede ser cercana-- hay que ser capaz de reconocer los valores de cada una de las partes. De respetarlos.

En nuestro caso concreto, Catalunya no se debe proponer la espalda al que de positivo y a veces de extraordinario ha habido en la historia de España o en su cultura. Y obviamente en la lengua castellana. Por su proyección mundial, pero también porque seguiría siendo la lengua de muchos ciudadanos catalanes, también en un Catalunya independiente.

En un proceso así hay que valorar los derechos y los valores de todos. Hay que saber valorar al otro.

Peligro de gangrena

Se puede decir que todo esto es pedir demasiado. Que todo esto es utópico.

La respuesta podría ser que realmente es pedir no demasiado, pero sí mucho. Pero también podría ser que si la relación entre Catalunya y España sigue siendo la que es, y la que España quiere imponer, quizá sí Catalunya quedará dañada, pero España perderá más de lo que una mentalidad intransigente puede prever. No sería quizá como la amputación de un miembro, pero podría haber peligro de gangrena. Y la gangrena es peligrosa. Puede afectar a todo el cuerpo.

Podríamos decir que el reto que ahora tenemos --España y Catalunya- es demasiado grande y conlleva demasiado riesgo. Hay que hacer un gran esfuerzo de autoexigencia política y ética o de rechazo de la tentación de trampa sistemática. O del abuso. O del resentimiento. Y un gran esfuerzo de, entre otras cosas, respeto del otro. Todo esto no es una letanía de pías intenciones. Esto es un listado de condiciones de éxito. Lo es para España, que siempre ha sido y es un país de peso y de fuerte significado. Y lo es para Catalunya, que debe tener como objetivo evitar la pérdida de identidad y la capacidad de crear una sociedad económica y socialmente potente, equilibrada y justa. Es por el peligro de que esto ocurra que tanta gente, como nunca había habido, ahora reclama un estado propio. Y que se haya puesto de manifiesto una gran energía cívica y moral al servicio de esta reivindicación. Como nunca.

Y por lo tanto, también como nunca, hay que saber combinar exigencia y respeto.

Centre d'Estudis Jordi Pujol