Peccata minuta

Eva

No soñó con ser bombero ni aviador, sino con ser mujer: sentía que la Naturaleza, al crearle, se había confundido en el montaje de las piezas

JOAN OLLÉ

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Nació a finales de siglo XX, y, al ser un chico, sus padres, naturalmente, le pusieron nombre de hombre (escojan el que quieran), le calzaron peucos azul cielo y no rosas, nadie pensó en prenderle unos pendientes de las orejas, y los parientes y amigos le llenaron de pequeñas ropitas vagamente masculinas. Con el pasar del tiempo, nuestro amigo, a quien sus compañeros de estudio fueron tildando de amanerado, no mostró gran ilusión por el fútbol ni otras actividades salvajes del patio de la escuela, refugiándose en sus cosas en un rincón de silencio.

Le gustaban los niños, pero se sentía mejor entre ellas. Los Reyes, que además de magos son sabios, le trajeron todas las muñecas que pidió en sus cartas por haber sido bueno y llorar demasiado, siempre a escondidas. Nunca una camiseta del Barça, ni pistolas ni escopetas; pero sí hilo para coser y cantar su delicadeza. No soñó con ser bombero ni aviador, sino con ser mujer: sentía que la Naturaleza, al crearle, se había confundido en el montaje de las piezas. ¿Por qué le colgaba aquel rabo entre las piernas llenas de vello? ¿Por qué incluso los sujetadores más pequeños solo los llenaba el viento? ¿Por qué no le llegaba nunca la regla con sus cambios de humores y sus compresas? ¿Por qué nunca podría amamantar a su hijo con su leche?

Disfraz masculino

Un día nuestro aún amigo y pronto amiga le confió a su madre que se sentía tan mujer como ella y que no podía seguir con su disfraz masculino; ella le explicó a su marido que si le importaba más el qué dirán que la felicidad de su hijo/a, la puerta de casa estaba abierta. Y los tres, juntos, empezaron la larga procesión por psicólogos y psiquiatras, para que estos calibrasen si cumplía todos los requisitos para poder acogerse a los protocolos de cambio de sexo sufragados por la sanidad pública y sus recortes. A finales de agosto le dijeron que sí, que era una joven mujer en un cuerpo de hombre, y que pronto empezaría el tratamiento hormonal hasta acabar el proceso en el quirófano.

El otro día vino a vernos: llevaba tacones altos, pantalones y blusa ajustados, uñas y labios pintados, un peinado a lo garçon y un bolso de marca en el que llevaba calzado deportivo, por si las alturas le cansaban. Nos contó que era casi feliz, como si hubiese vuelto a nacer con peucos rosas, y que, al pensar que pronto tendría un chichi, le venían ganas de llorar. Y brindamos por su futuro chichi, sus futuros pechos y su nuevo nombre: quizá Eva, como la mujer primera. También contó, y esta es la mierda, que si sus padres fuesen ricos le operarían mañana mismo y no dentro de cuatro años, y que por la calle le dicen cosas desagradables que pueden hacer mucho daño a una niña de 17 años.