Los desafíos de la geoestrategia mundial

Europa y la peligrosa hipocresía

¿Estamos preparados los europeos para soportar sin inmutarnos el desastre humanitario que llega?

XAVIER BRU DE SALA

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Ya se sabe, o debería saberse, que en la Europa protestante la hipocresía ejerce la misma función social que el perdón en la católica. Los luteranos hacen ver que no pecan y los papistas creen que todo les será perdonado. El resultado, como demuestra la historia, no es muy diferente. En nuestros días, se suceden las conmemoraciones por el fin de la Segunda Guerra Mundial. Más de 50 millones de muertos. El peor horror que ha vivido nunca la humanidad. Responsable: Europa. Consecuencia: propósito de enmienda y lentísima unificación, ahora bajo la cauta batuta alemana. Europa proclama unos valores morales avanzados y, en buena parte, los cumple dentro de sus fronteras. Pero no de puertas afuera. Avezada al seguidismo de la política internacional dibujada por EEUU, se convirtió en un balneario protegido por el Gran Hermano durante la guerra fría. Continúa por el mismo camino y hasta ahora le ha ido bien.

Puso oídos sordos ante las guerras de los Balcanes, sin tener en cuenta que los crímenes contra la humanidad tenían lugar en el mismo corazón del continente, y tuvo que ser Washington quien parara las matanzas. Estableció una doctrina de colaboración y dependencia energética con la Rusia autócrata y neoimperialista de Putin, a partir de unos principios geoestratégicos contraproducentes. Hizo bien, en cambio, participando en la invasión de Irak, un disparate monumental que ha desestabilizado la región, pero fue incapaz de frenarla.También ha sido incapaz de contribuir siquiera a desarrollar la orilla sur del Mediterráneo. Si parar la locura invasora de Bush y los neocon era misión difícil, nadie impedía poner en marcha un plan de ayuda a los países árabes más cercanos. ¿Por qué Europa no lo hizo? Porque estaba acostumbrada a no pagar por sus errores. Pero se acabó. Las más visibles y terribles consecuencias de la inacción de los últimos años son dos. Centenares, quizá algún millar, de terroristas yijadistas, con pasaporte europeo, dispuestos a atentar. Grandes oleadas migratorias que no se podrán contener sin incrementar de forma exponencial los niveles de emergencia humanitaria.

Veinticinco años después de la caída del Muro, Europa, el primer mercado del mundo, es todavía un islote de paz y bienestar que se esfuerza para ser competitivo en el mundo global, pero cierra los ojos a la desestabilización creciente de su entorno. El norte y buena parte de África; el Próximo y el Mediano Oriente; Rusia. América vigila de lejos e interviene poco, de acuerdo con el grado menor de amenaza directa. Pero los polvorines se multiplican. ¿Qué hace Europa? Se cierra en su balneario. Refuerza los muros. Se vuelve más y más impermeable. Es una actitud peligrosa, poco responsable y sobre todo hipócrita, contradictoria con los propios valores, tan preservados en el interior de la isla. Cuando reacciona, Europa lo hace tarde y según la ley del mínimo esfuerzo, no para resolver conflictos o encarrilarlos sino para minimizar las molestias a sus ciudadanos.

Ante el incremento de muertos en el canal de Sicilia, se ha limitado a restablecer las operaciones -en primer lugar de vigilancia- y de salvamento solo de forma subsidiaria. Las había abandonado de manera, una vez más, irresponsable y ya hemos visto el resultado. De influir sobre las causas, para aligerarlas, nada de nada. Lo más probable es que las nuevas medidas se queden cortas. La situación y el curso de los acontecimientos lo anuncian más que lo presagian. Una conflictividad sin precedentes desde la descolonización se apodera de buena parte de África. La consecuencia, un alud humano que se encamina hacia el norte y se estrellará contra las puertas de Europa. Muertos y refugiados en masa.

Al problema de los inmigrantes se añade el de los fugitivos de las zonas de conflicto. Ante el riesgo inminente de masacres, más vale huir, emprender la aventura. Por dificultoso y peligroso que sea el viaje, por incierto que sea el final, es preferible alejarse de las guerras. ¿De qué magnitud hablamos? No es todavía seguro, pero nos encontramos ante un cambio de escala. Si los que emigran en busca de un futuro mejor son centenares de miles, los fugitivos podrán contarse por millones. ¿Alguien se imagina la tragedia del camino, la llegada de millones de seres humanos desplazados hasta el norte de África con la esperanza de salvar la vida y, con mucha suerte, saltar a Europa? Además, las guerras de Siria e Irak, con millones más de fugitivos que también presionan para llegar en Europa.

¿Nos limitaremos a reforzar los cerrojos de las puertas? ¿Estamos preparados los europeos para soportar sin inmutarnos el desastre humanitario que se avecina? ¿Cuándo saltará la peligrosa máscara de la hipocresía?