Análisis

Educación de los afectos en las aulas y la familia

Necesitamos que en la escuela y en casa tengan adultos en los que confíen para explicar lo cotidiano y también lo excepcional

Entrada del colegio de los Maristas de Sants-Les Corts.

Entrada del colegio de los Maristas de Sants-Les Corts.

JAUME FUNES

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Intento ponerme en la piel de la madre o el padre que llevan semanas de agitación por los titulares sobre dramas que pasan en la escuela. Cuando amainaba el eco del acoso entre iguales aparece el abuso a cuenta de los profesores. Todo un caldo de cultivo, en tiempos de complejidad educativa y crisis de la escuela, para construir nuevas alarmas y desarrollar pánicos educativos. ¿Cuál debería ser mi principal preocupación como progenitor que deja confiadamentea su hijo o hija en manos de sus maestros?

Recuperemos la calma perdida y volvamos a instaurar la sensibilidad en positivo por el mundo de la infancia que olvidamos con facilidad. La peor medida a tomar sería hacer una lista de riesgos y reclamar un protocolo de seguridad para cada uno de ellos. Lo primero que debemos garantizar no es que no les suceda nada extraño, sino que su vida transcurra con suficiente dosis de felicidad, confianza en diferentes adultos, curiosidad por saber, libertad para expresarse sin prevenciones.

Además, también, la preocupación familiar ante el abuso y el maltrato ha de perseguir tres objetivos: intentar que no sucedan; evitar que si pasan se oculten, descubrirlos a tiempo; hacer pronto todo lo necesario para que se reequilibre emocionalmente la vida infantil que ha quedado afectada.

Intentar evitar que suceda tiene que ver con la selección de los maestros, con la construcción de equipos educativos y con la intensidad de las relaciones entre la familia y la escuela. No se trata de pedir un certificado de penales sino de que los profesionales con los que compartimos el acompañamiento de los hijos sepan educar también con los afectos.

EQUIPO Y DIÁLOGO

Se trata de lograr que la clase no sea asunto de un solo profesor sino de un equipo que comparte, se corrige y se ayuda. Finalmente, las formas de diálogo entre la familia y la escuela han de ser múltiples y flexibles. Explicar cómo los vemos en casa y querer escuchar cómo los ven en la escuela debería ser práctica frecuente. Descubrir que pasa algo diferente y significativo en la vida de un hijo, del alumno, tiene que ver con aquello en lo que nos fijamos, aquello a lo que damos importancia, aquello de lo que esperamos que se preocupen los educadores.

Si dejáramos de exigir control y buenas notas daríamos importancia a que tenga un tutor que sabe cuándo el alumno se enamora, una maestra que se pregunta por qué ya no le interesan los quebrados. Desearíamos que estuviera en manos de un educador que se pregunta por qué desde hace días tiene una cara de tristeza permanente.

Si padecen abuso o maltrato necesitamos crear las condiciones para que les sea fácil explicarlo. Acaba siendo peor el silencio angustiado que la propia experiencia negativa. Para el día a día, y no solo para cuando surgen problemas, necesitamos garantizar que en la escuela, en casa y en sus espacios de relación tengan adultos en los que confían, a los que explican lo cotidiano y lo excepcional. Adultos que, cuando surge la crisis, les pueden ayudar a encontrar de nuevo la seguridad perdida.