La situación catalana

¿Si ets Mas, on vas?'

El 'president' encarna al político posmoderno capaz de variar su mensaje cuando cambia el elector

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MANUEL Cruz

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Si algún lector interpretase que el título del presente artículo, evocando la pedagógica campaña de la Agència de Residus de Catalunya acerca del color del contenedor en el que deben ser depositados los diferentes residuos domésticos, pretende sugerir la idea de que el líder de CiU se ha convertido en un elemento inservible en el actual panorama de la política catalana, a la vez prisionero e incapaz de cumplir con sus propias palabras, se equivocaría por completo. Lo que se pretende abordar a continuación es, sencillamente, el lugar en el que se ha ido colocando Artur Mas o, con otras palabras, el incierto destino al que parece estar dirigiendo los destinos de Catalunya.

EN ALGUNA OCASIÓN reciente he señalado, no sin cierta inquietud, lo que interpretaba como la aparición de una nueva figura de político, el político posmoderno, capaz de variar su mensaje, incluso sustancialmente, en cuanto detectaba la menor variación en las actitudes del electorado. Me temo que el actual president de la Generalitat está encarnando casi a la perfección dicha figura. Sin que quepa argumentar en su descargo que han sido las circunstancias las que le han forzado a extremar lo que en un lenguaje político más tradicional siempre se había denominado tacticismo. Es cierto que en la pasada campaña Artur Mas mostró una notable capacidad para ir transformando casi a diario sus mensajes a medida que la realidad iba echando por tierra su propuesta del día anterior. Como resulta llamativa para cualquier observador externo la desenvuelta forma en la que CiU ha renunciado a su programa electoral, asumiendo sin pestañear el de su socio/líder de la oposición, forma que no constituye, ciertamente, un modelo de fidelidad a las propias ideas.

Aun así, aceptando estas últimas puntualizaciones, incurrirían en un grueso error quienes interpretaran tales episodios como la respuesta coyuntural, como el regate en corto de quien pretende zafarse del pegajoso marcaje de una situación complicada. En realidad, a poco que nos molestemos en consultar las hemerotecas comprobaremos que este modo de actuar se corresponde con toda una manera de interpretar la política, en la que el señuelo de la sentimentalidad patriótica ha cumplido la función de pantalla tras la que ocultar no solo muchos de los problemas reales del país (reproche más que reiterado) sino, sobre todo, la completa ausencia en Artur Mas de un modelo de sociedad específico al servicio de cuya construcción se supone que debería estar la entera acción política.

De ahí que resultara, a mi juicio, un error complementario del anterior colocar el foco de la atención en las presuntas inconsecuencias programáticas del president. Resultaría también un error porque tales inconsecuencias no son causa sino efecto. Efecto ¿de qué, por cierto? De una manera de entender su actividad que el propio Mas ha exhibido públicamente en múltiples ocasiones. Afirmaciones como «no seré yo quien ponga freno a las aspiraciones del pueblo de Catalunya», «llegaré hasta donde el pueblo de Catalu-nya esté dispuesto a llegar» y otras similares estaban expresando, tras un barniz épico muy venido a menos, una concepción de la política insustancialmente posmoderna. En esta el político no le muestra a la ciudadanía su propia propuesta -evitando así el riesgo de enfrentarse a amplios sectores de la sociedad y de su propio partido-, sino que se limita a dejarse llevar por las cambiantes corrientes y las variables correlaciones de fuerza que cree detectar en cada momento. Con el resultado conocido: una semana se reclama el concierto económico, la siguiente el pacto fiscal, la otra la constitución de un nuevo Estado europeo, a continuación un nuevo Estado aunque no sea admitido en la UE y así sucesivamente.

NO QUISIERA que mi condición de filósofo me arrastrara a una valoración unilateral del asunto, pero no puedo evitar pensar que difícilmente se puede hacer una política que merezca el nombre de tal (y no de mero politiqueo) con tan escaso bagaje ideológico, con tan clamorosa vaciedad doctrinal. Apelar a un sentimiento puede resultar muy rentable desde el punto de vista electoral, sin duda, pero tan aparente rentabilidad electoral es pan para hoy y hambre para mañana.

Si el máximo desarrollo político a que da lugar tan profunda emoción es la vacía reclamación del dret a decidir, en la que incluso quienes lo reivindican no terminan de aclarar si desean quedar vinculados o no por la decisión, la política catalana seguirá encerrada para los restos en el mero voluntarismo (cuando no en un decisionismo sin objeto). Aunque tal vez, bien mirado, sea eso lo que algunos han perseguido siempre.

Catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universitat de Barcelona