La clave

La eternidad de unos zapatos

En Auschwitz-Birkenau encontraron 40.000 pares de zapatos cuando los aliados liberaron el campo de exterminio nazi

ALBERT SÁEZ

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Mirando unos zapatos puedes recomponer la biografía y la biología de quien los calzó: su talla, su peso, su estilo de vestir, su clase social, sus costumbres, su carácter... Hasta llegar, décadas después de su muerte, a verle la cara, a imaginarte cómo era y quién era el propietario de unos simples zapatos. En Auschwitz-Birkenau encontraron 40.000 pares de zapatos cuando los aliados liberaron el campo de exterminio nazi. Una parte de ellos se exponen en el actual museo: milimétricamente amontonados, perfectamente conservados con el polvo, el barro y las deformidades originales. Zapatos de hombres y mujeres adultos, de niños, de agricultores y abogados, de banqueros y vendedores ambulantes. Un iluminado de la corrección política será capaz algún día de acusar al museo del Auschwitz-Birkenau de hacer negocio con el exterminio nazi. Se limitan a cobrar una modesta entrada para mantener viva la memoria del Holocausto. La estupidez forma parte de la condición humana exactamente igual que la irracionalidad del genocidio y que la amorosa memoria de la Shoa. Esos zapatos evitan que lleguemos a olvidar, nos mantienen en alerta permanentemente, eternamente atentos.

Memoria y respeto

Exponer zapatos es un intento lleno de intención para perpetuar el recuerdo de esa maquinaria construida por los nazis capaz de matar a un millón y medio de personas en cinco años después de transportarlas fríamente por media Europa. Exponen zapatos de forma vicaria porque el rastro fotográfico de aquella tragedia es mínimo. Los visitantes se ven obligados a proyectar el holograma de las víctimas pero lo podrán hacer por los siglos de los siglos. Incluso cuando hayan muerto los últimos supervivientes. Para que nadie olvide ni niegue lo que pasó. Para que nadie frivolice su recuerdo aunque sea expresidente del Gobierno. Para evitar nuevos exterminios aunque sean menos planificados pero igualmente implacables hasta lanzar la foto del cadáver de Aylan en la cara de los dirigentes europeos. El recuerdo eterno de las víctimas, en sus zapatos, en sus imágenes... en nuestra memoria.