Dichosa inactualidad
Domingo Ródenas de Moya
DOMINGO RÓDENAS DE MOYA
Estar al día es el camino más recto hacia la obsolescencia y hacia la estupidez rocosa: cada día caduca el anterior y arrumba las trivialidades de la víspera con las propias. Hay que estar al siglo, si acaso, y hay que estarlo desoyendo la bulla estruendosa que llega de fuera. Solo mediante un ejercicio de inactualidad se puede entender la fiesta de los locos que es la actualidad. José Luis Pardo cuenta en sus 'Estudios del malestar' (último premio Anagrama de ensayo) que no hace mucho se quedó turulato al leer una perfecta descripción de nuestro corral político escrita ¡en 1914! por Ortega y Gasset. Y quien quiera comprobarlo puede hacerlo para alimentar su escepticismo. El mismo Pardo recuerda una precisión del aceradísimo Karl Kraus (de 1913) en la que señalaba que él y el arquitecto Adolf Loos habían mostrado que entre una urna y un orinal había una diferencia y que en tal diferencia residía la cultura; añadía que, ajenos a ese espacio, estaban quienes usan la urna como orinal y quienes usan el orinal como urna. Pongan ustedes mismos nombres.
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El ensayo de José Luis Pardo remueve los escombros del llamado Estado del bienestar y contempla con recelo las extrañas flores políticas que han brotado del descontento. No se arredra ante lo que encuentra y analiza por igual el abaratamiento de la cultura, la averiada noción de intelectual comprometido o la emergencia del populismo dispuesto a saltarse los protocolos democráticos esgrimiendo razones esencialistas.
Reducir o mantener las diferencias son siempre estrategias rentables: en cierto arte vanguardista la supresión de la diferencia entre arte y vida busca la abolición del arte; en cierta política de masas las diferencias sociales y el sufrimiento de muchos ciudadanos se rentabilizan para desempolvar discursos antipolíticos (por no decir totalitarios). Pardo habla del 15-M, de Podemos, del neofascismo y del interesado descrédito de la Transición (¿de verdad fue tan ignominiosa?), pero lo hace desde la necesaria inactualidad -esto es, ajeno a la caducidad- de la mirada del filósofo. Y con ello prueba que la filosofía, y las humanidades en su conjunto, son algo más que antiguallas en las facultades y los planes de estudio: son la última garantía del pensamiento libre y crítico. Y a quién puede interesar eso.
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