Análisis

Estrategia para reforzar su papel en el mundo

Blatter, con un mandatario árabe.

Blatter, con un mandatario árabe.

ANWAR ZIBAOUI

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Esta semana parece que la suerte vuelve a sonreír a Catar, después de sufrir durante meses acusaciones graves que le vinculan como financiador de grupos yihadistas, corruptelas en la designación para organizar el Mundial de fútbol del 2022, problemas políticos y diplomáticos con países vecinos e incluso haberse puesto en cuestión su relación de patrocinio con el FC Barcelona. El pasado martes, su capital, Doha, ganó el derecho a organizar los Mundiales de atletismo del 2019, por delante de las ciudades de Eugene (EEUU) y Barcelona. También en este caso el presidente de la federación española denunció malas prácticas de Doha por ofrecer 37 millones de dólares a la IAAF fuera de plazo, en concepto de patrocinio. Unos pocos días antes, la FIFA anunció que no ha encontrado evidencias de mala conducta de Catar como para despojarle del Mundial (pero ha puesto el caso en los tribunales suizos), y a nivel regional el país selló la paz con Arabia Saudí y los Emiratos Árabes.

El emirato no ha dejado de ser protagonista de noticias que provocan sorpresa, y no solo por el impresionante desarrollo que vive, por su renta per cápita o por los 200.000 millones de dólares que ingresa al año por las ventas de hidrocarburos. Además de por la gran capacidad de sus fondos de rentabilizar los ingresos en inversiones cada vez más definidas, o por situar su línea aérea entre las mejores del mundo. Pero seguramente es en la decidida apuesta del deporte donde más se manifiesta ese empuje. Catar ganó la organización del Mundial de fútbol del 2022, en 2015 organizará el Mundial de balonmano, en 2016 el de ciclismo y en el 2019, el de atletismo. Sin contar con el GP de motociclismo o su tradicional torneo de tenis anual.

Todos estos pasos no son casuales. Se encaminan a construir una marca internacional ambiciosa, de perfil alto, que ayude a crear un modelo de excelencia para la educación, el deporte y la salud. Y su ambición calculada irá en aumento. En los últimos años, sus líneas de actuación (compras de clubs como el Paris SG, televisión de pago o patrocinios) forman parte de una estrategia para diversificar su economía y moderar su dependencia del gas. Es en el deporte donde más se manifiesta esta ambición, por las ofertas de éxito de Doha para acoger grandes eventos deportivos en un pequeño país con una población de 1,6 millones de habitantes (80% extranjeros).

El Mundial 2022, al igual que los museos, Al Jazeera y la política exterior, sirven para reforzar su papel en el mundo, en una estrategia de poder blando que hubiera sufrido un serio revés en caso de que la FIFA se hubiera echado atrás en su designación. Pero el pequeño emirato debe impulsar una línea coherente que también apueste por los derechos básicos y la libertad si quiere presentarse como modelo, y debería ser sensible, sobre todo, a las preocupaciones legítimas referentes a los trabajadores inmigrantes.

Catar tiene sus detractores: asume un riesgo muy alto en un mundo donde las alianzas o enemistades cambian rápidamente. A veces, los beneficios superan al riesgo, y el deporte es uno de los pocos instrumentos que se los pueden dar.