Estilismo y pop británico

JORDI PUNTÍ

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El pasado martes leí en estas páginas que el legendario grupo de punk The Buzzcocks actuaba en la sala Apolo. Presentaba su último disco, The Way, publicado hace un año tras casi una década de silencio. The Buzzcocks fue uno de los grupos importantes del punk, pero al leer la noticia, en lugar de recordar sus canciones, me fijé sobre todo en la foto. Ay, el gran dilema del estilismo del pop británico. Los cuatro miembros actuales de los Buzzcocks rondarán los 60 años, pero solo uno de ellos parecía cómodo con su edad: pelo blanco, ropa discreta y pinta de abuelo que va a buscar a sus nietos al colegio. Los otros tres, en cambio, se han teñido el pelo y cortado al más puro estilo brit-pop: ni corto ni largo, sino todo lo contrario.

Si lo destaco así, es porque este estilo como de peluca lo hemos visto en otras cabezas -los hermanos Gallagher de Oasis, por ejemplo- y define muy bien a un tipo de músico británico que vuelve a los escenarios. Hace poco Johnny Marr también lo exhibía durante su última gira, pero su principal impulsor es Paul Weller. Como hace más años que toca en solitario, lo hemos visto en varias versiones: rubio platino, mechas, negro betún, pero siempre con ese escalado irregular que parece decir: «Yo triunfé en los 70 i 80, yo era un mod».

No sé si todos tendrán el mismo peluquero en Manchester, pero sospecho que esta moda viene efectivamente de la herencia mod. Cuando tenían éxito, estos músicos defendían una idea del presente, más marcada por la ruptura de esquemas que por la imagen. Estos días, en cambio, también he visto fotos de Spandau Ballet, otro grupo de los 80 que vuelve. En su caso no han cambiado mucho, los crepados new romantic han dejado paso a un estilismo basado en el dandi, a medio camino de los sastres de Saville Row y el verano en Eivissa, con el pañuelo en el bolsillo de la americana y el toque moderno de los colores llamativos. Son como versiones musicales del retrato de Dorian Gray: ellos no envejecen, su música sí. En el caso de los Buzzcocks es al contrario: diríase que el peinado ridículo es un peaje para mantener el nivel musical.