Análisis
Este Barça será galáctico o no será
Vuelve el paradigma del ataque posicional, pero quienes sabían resolverlo son ahora secundarios
Martí Perarnau
Periodista
MARTÍ PERARNAU
En ninguna otra parte se ha visualizado tanto el nuevo modelo de juego del Barça como en Granada, partido correoso, en apariencia poco apetecible tras vestir el esmoquin europeo y con rotaciones. La herramienta empleada para vencer, el espacio, simboliza la nueva propuesta: el Barça ha dejado de girar alrededor del balón y ha pasado a medirse a partir del espacio. El cambio es radical, copernicano, aunque Granada solo haya supuesto un pequeño paso más en esta revolución hija de la gastroenteritis donostiarra.
Pongamos en valor la victoria: el Granada está en puestos de descenso, pero no perdía en casa desde el 1 de noviembre, frente al Real Madrid, pese a ser visitado desde entonces por Valencia, Real Sociedad y Athletic Club. Con buen criterio, Luis Enrique otorgó descanso a Piqué, Busquets e Iniesta, lo que revistió al conjunto barcelonista de cierto aroma alternativo. En estas condiciones arrancó un magnífico resultado, sin sufrir rasguños, ni rozar otro tropiezo. Dejó una nueva excelente impresión en los desmarques certeros de Luis Suárez y en el aprovechamiento formidable de los espacios por parte de Rakitic, al fin y al cabo mediapunta de profesión.
Las llaves, para Messi
El partido destiló que el espacio es el nuevo hábitat del Barça, que en algunos aspectos, como dejar descolgados a los tres delanteros, se asemeja al Madrid galáctico. El efecto Anoeta consistió en entregar las llaves del equipo a Messi, quitándoselas definitivamente a los centrocampistas. El tiempo dará los matices sobre quién propuso, quién cedió y quién aceptó, pero sea como sea lo indudable es que el cuerpo se lo pedía a Luis Enrique y que era eso mismo lo que Messi venía pidiendo. Por acción o por reacción, de Anoeta se salió con un nuevo propietario de las llaves, lo que equivale a un cambio de apuesta: todo a los de arriba.
Para llegar a este cambio de hábitat, Luis Enrique ha recorrido cuatro fases tácticas desde agosto. Primero cerró a los extremos, subió a los laterales y abrió a los interiores. Tras caer en París deshizo la figura al tiempo que entraba Luis Suárez en el equipo y devolvió el llavero a Xavi. La tercera fase, la más desconcertante, recorrió noviembre y diciembre en busca de una estabilidad en el juego que no llegó hasta que en Anoeta saltaron todas las tensiones y se alcanzó el consenso final: llaves a Messi y balón a los delanteros.
La nueva propuesta sustituye el balón por el espacio, con lo que se da un festín cuando el Atlético propone jugar a ida y vuelta, pero se estrella cuando el Málaga cierra los pasillos y devuelve al Barça a su viejo paradigma del ataque posicional: en ese punto muy pocos recuerdan cómo se resolvía aquél jeroglífico y quienes lo recuerdan (Busquets, Iniesta y Xavi) han pasado a ser secundarios.
El nuevo hábitat no tiene marcha atrás, entre otras razones porque es el que hace sentir cómodos a la estrella del equipo, a sus dos principales colegas y al míster. Dado que en el fútbol no existe el futuro, el rabioso presente será galáctico o no será.
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