El Estado Islámico y la convención de bienes culturales

XAVIER RIUS

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En '¿Arde París?', la novela de Larry Collins y Dominique Lapierre, se detalla como los días previos a la liberación de París, durante la segunda guerra mundial, el general y gobernador alemán de la capital de Francia, Von Choltitz, tras cargar las semanas anteriores en trenes hacia Berlín muchas obras de arte del Louvre y otros museos, se negó a obedecer la orden de Hitler de destruir París. Y actualmente el bus turístisco que recorre los monumentos emblemáticos de la ciudad, informa a los visitantes de los monumentos que siguen en pie gracias a la negativa de Von Choltiz de demolerlos.

Naciones Unidas y la UNESCO aprobaron en 1954 la Convención para la Protección de los Bienes Culturales en caso de Conflicto Armado, ampliado por el Protocolo de 1999, que establece una serie de normas, tanto para los contendientes como para las potencias ocupantes, para respetar y proteger los bienes culturales, monumentos, yacimientos arqueológicos, museos y todo tipo de obras de arte, así como los emblemas para señalizar los lugares protegidos. Convención que establece unas sanciones para quienes las incumplen, pero que apenas se ha aplicado y respetado en los conflictos de las últimas décadas.

El bombardeo y destrucción de la biblioteca de Sarajevo, que albergaba manuscritos milenarios, y la destrucción de patrimonio cultural bosnio fueron utilizados para probar la complicidad del presidente serbio, Slobodan Milosevic, en el genocidio cultural y la destrucción deliberada del patrimonio cultural de un pueblo por razones ideológicas. La acusación contra Milosevic contó con el testimonio del bibliotecario de la Universidad de Harvard, Andreas Riedlmayer, que en julio del 2003 compareció ante el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia testificando contra Milosevic por el delito de genocidio cultural.

Durante los primeros días de la ocupación norteamericana de Irak, en abril del 2003, cuando fue saqueado el museo arqueológico de Bagdad, se acusó a las tropas ocupantes de permitirlo, vulnerando dicha convención. Si bien la mayoría de piezas no fueron destruidas sino robadas y puestas a la venta en distintos lugares del mundo, la mayoría de las cuales fueron recuperadas más tarde.

Y a lo largo de los cuatro años que dura la guerra de Siria se ha denunciado tanto el robo de piezas de todo tipo, como la destrucción de yacimientos y barrios históricos, como ha ocurrido en Alepo. Pero ni los contendientes se vanagloriaban de ello, ni lo difundían en vídeos propagandísticos. En Siria algunas iglesias cristianas, como las de Malula, fueron destruidas o gravemente dañadas por milicianos de grupos sunitas radicales como el Frente al Nursa. Y durante la subguerra civil iraquí, que se produjo los primeros años de ocupación americana, milicias sunitas destruyeron algunas mezquitas chiís, pero se respetó el patrimonio cultural de la antigua Mesopotamia, más allá que se produjeran nuevos robos de piezas con fines puramente lucrativos.

Pero la difusión la semana pasada del vídeo de la destrucción de esculturas milenarias asirias y acadias y de un toro alado del museo de Mosul, ciudad tomada por el Estado Islámico en junio, confirma que la destrucción del patrimonio cultural que realiza este grupo no es un efecto colateral de la guerra, ni siquiera una mercancía para financiarse, sino un objetivo estratégico de su califato. Y el segundo episodio difundido el jueves, con las imágenes arrasando con excavadoras la ciudad asiria de Nimrud, cercana a Mosul, o el anuncio de este sábado de que están destruyendo la ciudad de Hatra --comparable a Petra y Palmira-- confirma esta voluntad de eliminar todo aquello anterior al islam.

Pretenden eliminar las huellas del pasado de la antigua Mesopotamia y el Próximo Oriente, ese territorio donde se descubre la escritura cuneiforme y surgen de un mismo tronco las tres religiones monoteístas, el judaísmo, el cristianismo y el islam. Pretenden eliminar una historia de la que habla ampliamente el Antiguo Testamento, que es considerado un libro sagrado también por el islam. Mosul y la cercana ciudad de Nimrud es la mítica Nínive de la Biblia, a la que Jonás --considerado profeta también por el Corán con el nombre de Yunes--, después de ser tragado por la ballena, regresó para proclamar la destrucción si no se arrepentían de sus pecados. Y parece que el Estado Islámico desea hacer realidad ahora en toda la región de Nínive y Mosul esa devastación bíblica. Y si están destruyendo el pasado asirio y acadio de la región de Nínive, no hay duda de que hará el Estado Islámico si conquista la bíblica y lujuriosa Babilonia, afortunadamente protegida por la tropas iraquís.

Este segundo ataque contra el patrimonio cultural de Irak ha motivado que de nuevo la secretaria general de la UNESCO, Irina Bokova, haya hecho un llamamiento al Consejo de Seguridad de la ONU a posicionarse, a la comunidad internacional a actuar y a denunciar los hechos ante el Tribunal Penal Internacional, si bien poco o nada se podrá hacer esgrimiendo ante los nuevos bárbaros la Convención de Protección de Bienes Culturales.

Pero pese a los avances militares de las tropas iraquís, kurdas e iranís, con la ayuda de los bombardeos de la coalición internacional que lidera Estados Unidos, parece que la derrota del Estado Islámico es todavía lejana. Y solo se conseguirá si se enmiendan los errores posteriores a la guerra de Irak, cuando se marginó a la minoría suní, y si pactando con el diablo en Siria, es decir el régimen de Bashar al Asad, se desaloja a los seguidores del nuevo califato.