Análisis
Esperando al Bayern
Ernest Folch
Editor y periodista
ERNEST FOLCH
Lo mejor para tapar una emoción es otra emoción superior. Un Barça-Espanyol, como el que vimos el sábado, es hoy en día un partido que solo puede equilibrarse sentimentalmente, puesto que la diferencia deportiva entre los dos equipos impide desde hace años darle la antigua trascendencia que tenía. Queda al menos el vestigio de una vieja rivalidad y la hipermotivación del Español, que parece esperar todo el año este partido, y quizás por ello actúa sobrepresionado. Es decir, en el derbi ya no hay más emoción que la emoción.
Pero para explicar la inmensa superioridad del Barça el sábado quizás hay que remontarse al viernes, en este diabólico sorteo en el que el guionista del fútbol optó esta vez por el partido fratricida. El torrente de emociones derivado del sorteo posiblemente terminó de liberar a los azulgranas de cualquier estrés: el Barça se comió al Español casi con indiferencia, como si en realidad estuviera esperando citas más trascendentes. Viejas emociones quedan tapadas por nuevas emociones, así es el fútbol. Y es que un Barça-Espanyol ya no puede competir con un estratosférico Barça-Bayern, por mucha salsa que le pongamos al partido por antonomasia del futbolín, quizás el último recinto donde las fuerzas entre azulgranas y blanquiazules están todavía equilibradas. El capricho del azar ha dictado sentencia y pone encima de la mesa un duelo que puede marcar una época, no por su trascendencia deportiva sino por su significado simbólico.
El Barça y Guardiola se encuentran de repente jugando contra su propio pasado, un rival mucho más temible que cualquier rival. Guardiola no se entendería sin el Barça, ni el Barça sin Guardiola: los dos se deben tantas cosas que no se sabe cuál es causa o consecuencia del otro. La paradoja es que en estos momentos los dos son un híbrido de sí mismos, uno pasado por el laboratorio de Luis Enrique y otro por las obligaciones de la Bundesliga, y la paradoja es que cada uno deberá medir su propia impureza con la pureza del otro, es decir, del modelo original. Los dos están en una encrucijada parecida, y los dos usarán el espejo del otro equipo para compararse y si cabe reafirmarse.
Por eso el partido no puede ser más incómodo y a la vez más apasionante. Es posible que algunos lo simplifiquen a una pura cuestión de marcador, pero reducir este monumental choque a una vulgar resolución sobre quién supera la eliminatoria sería traicionar este inmenso duelo. Se acerca un evento de tal magnitud que sin quererlo nos obligará a psicoanalizarnos: volveremos a preguntarnos de dónde venimos y hacia donde vamos. Un partido que ya se juega desde el mismo momento en que el sorteo dictó sentencia y que por supuesto se seguirá jugando mucho más allá del pitido final. Este es el estado de ánimo: esperando al Bayern.
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