La polémica sobre la prohibición de las corridas
Espectáculos cómico-taurinos
Los políticos españoles no tendrían que dedicar tiempo y dinero público a un tema que no lo merece
Antoni Serra Ramoneda
Economista
ANTONI Serra Ramoneda
Hace escasos días en la Cámara alta se discutió una propuesta presentada por el Partido Popular que pretendía blindar las corridas de toros ante cualquier pretensión, sobre todo de raíz autonómica, de prohibirlas. Según las crónicas, algunas intervenciones merecerían figurar en las antologías de la más florida oratoria parlamentaria. Destacó la del señorGarcía Escudero, portavoz del antedicho partido, que, en un desplante, afirmó: «Si yo fuera toro, preferiría mil veces morir después de veinte minutos en una plaza de toros luchando y combatiendo antes que sufrir una larga agonía, como sufren en loscorrebous». Nada que objetar; cada uno tiene sus preferencias, aunque estas solo puedan convertirse en realidad si previamente se produce una insólita metamorfosis. Pero es que me temo que incluso si esta se diera, la probabilidad de que el toro exportavoz acabara su existencia de manera tan gloriosa sería muy reducida. Si en esta transmutación de destacado político en noble bruto conservara la gallardía, la casta y la bravura que muestra como senador, lo más probable es que al término de la faena fuera indultado y devuelto a los toriles acompañado por los mansos, para, a continuación, vivir rodeado de cariñosas vacas con las que tener abundante descendencia. Se trataría de no perder tan interesantes virtudes que tanto echan en falta los aficionados entre los animales que hoy se lidian.
Hay que reconocer que gran parte de nuestra clase política no se ha mostrado muy acertada en sus intervenciones sobre tan polémico tema. Para empezar, la distinción entre el sufrimiento que recibe el animal en un coso taurino y el que padece en la plaza de un pueblo donde le prenden fuego a los cuernos y le someten a todo tipo de vejaciones es de una sutileza tan extrema que una buena proporción de la ciudadanía no dispone de suficientes luces para comprenderla. No así una mayoría de los diputados catalanes, que aprobaron prohibir las corridas y permitir loscorrebous, decisión que está en la raíz de las palabras del señorGarcía Escudero. Pero, si cabe, aún provoca más desconcierto el acuerdo, en sentido inverso, del Parlamento extremeño, que solo puede explicarse por el deseo de hacer la cusca a su correlato catalán. No es una conducta que mejore el respeto de los electores hacia sus representantes, de los que esperan que ocupen su tiempo en cuestiones más serias y saquen mejor provecho de los recursos que manejan. Si se pone de moda que los parlamentos autonómicos se dediquen a menesteres tan poco ejemplares, la munición de que disponen quienes pretenden la recentralización de nuestro sistema político habrá ganado en calibre.
Pero parece que las posibilidades de seguir con los despropósitos no se agotan. La señoraSánchez-Camacho, muy preocupada por el desconsuelo que entre algunos catalanes provocará la abolición de la denominada fiesta nacional, ha acudido a Bruselas, acompañada de distinguidos correligionarios, para instar al Parlamento Europeo a dictar una resolución a favor de las corridas de toros, puesto que en su opinión la prohibición es un grave ataque a la cultura de un Estado. Me temo que corre hacia un sonado fracaso. Veo muy difícil que los representantes del norte de Europa, como por ejemplo los escandinavos, tan solícitos por el buen trato de los animales, acepten considerar como un acto cultural clavar unas aceradas banderillas o hundir una pica en las carnes de un astado. Me parece que un mejor conocimiento de los usos y costumbres que privan en buena parte de nuestro continente le hubiera permitido ahorrar el tiempo y el dinero gastados en este desplazamiento. En todo caso, inmiscuir a las autoridades europeas en una trifulca de tan bajo nivel solo puede redundar en una pérdida de imagen internacional de la vida política española. Mejor no airear nuestros trapos sucios.
Tiempo atrás, en la barcelonesa plaza de las Arenas, hoy en largo trance de conversión en centro comercial, solían celebrarse unos espectáculos cómico-taurinos, especialmente por las verbenas de Sant Joan y Sant Pere. Unos personajes, como Don Tancredo o el Bombero Torero, acompañados de la estridente música de la denominada Banda del Empastre, se empeñaban en provocar la risa de los espectadores haciendo toda suerte de diabluras con un novillo, que al final era estoqueado por un matador generalmente inexperto. Parece que la clase política actual quiere revivir este espectáculo y utilizar como pretexto las corridas para hacer reír al personal. En la sesión del Senado, a uno de sus más distinguidos miembros solo se le ocurrió reclamar las dos orejas y el rabo para quien le había precedido en el uso de la palabra. Loable propósito es provocar carcajadas, pero tengo la sensación de que las horas bajas que atraviesa la clase política no son las más adecuadas para menoscabar aún más la dignidad que deben tener y mantener los representantes del pueblo. Que sean otros quienes hagan de Don Tancredo. O de Bombero Torero. Catedrático de Economía de la Empresa.
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